Adiós al Cobarde Amor
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Capítulo 1

Sofía miraba fijamente a Marco, el hombre con el que había compartido siete años de su vida, su prometido. El aire en el pequeño departamento se sentía pesado, cargado de palabras no dichas que de repente se habían liberado de la peor manera posible.

"Isabella está embarazada," Marco había dicho apenas unos minutos antes, con una calma que le heló la sangre a Sofía.

Ahora, él continuaba, como si estuviera explicando un simple problema de trabajo.

"Pensé que solo era algo pasajero, una aventura sin importancia, pero ahora parece que ella no puede vivir sin mí."

Sofía no podía moverse, no podía hablar, sentía como si sus pies estuvieran clavados al suelo. La noticia de que la habían despedido esa misma mañana de la empresa donde trabajaba con él ahora cobraba un sentido grotesco. Marco estaba a punto de irse a un viaje de negocios, llevado personalmente por su jefa, Isabella. La misma Isabella que ahora llevaba a su hijo.

Él pareció notar su silencio y se acercó, su rostro intentando mostrar una expresión de consuelo.

"No te preocupes," le dijo en voz baja, "cuando nazca el niño y ella se canse de mí, yo me quedaré con el bebé. Entonces podremos casarnos, no es demasiado tarde."

Sofía lo miró, aturdida. La lógica de sus palabras era tan retorcida, tan egoísta, que le costaba procesarla. ¿Esperar? ¿Esperar a que él terminara su aventura, a que naciera un hijo de otra mujer, a que la amante se aburriera?

Marco suspiró, como si la lentitud de Sofía para entenderlo fuera una carga para él.

"Yo arreglé lo de tu despido," confesó sin una pizca de vergüenza. "Si te quedas en la empresa, Isabella te hará la vida imposible. No podía permitir eso."

Continuó su monólogo, lleno de una autojustificación que a Sofía le revolvía el estómago.

"Sofía, quiero darte un futuro mejor, y para eso necesito ascender en la empresa, necesito el poder que Isabella me puede dar. Tengo que esforzarme por ahora, ¿lo entiendes, verdad?"

Una sonrisa amarga, casi una mueca de dolor, se dibujó en los labios de Sofía.

No, no entendía.

Ella era Sofía Ramírez, la única hija y heredera del Grupo Ramírez, una de las corporaciones más grandes del país.

Su padre le había pedido que mantuviera su identidad en secreto, que trabajara desde abajo para entender el mundo real antes de cumplir los veintiocho años y tomar las riendas del imperio familiar. Era una prueba, una forma de ganar experiencia.

Y ella lo había hecho. Había vivido con sencillez, había trabajado duro como una empleada de base en una empresa que no era nada comparada con la suya. Siempre se había sentido culpable con Marco por ocultarle su verdadera situación, planeaba contárselo todo justo después de su boda, regalarle un futuro que él ni siquiera podía imaginar.

Pero ahora, todo eso parecía una broma cruel.

Él, con su novia multimillonaria al lado, ¿aún necesitaba trepar en su mediocre empresa acostándose con su jefa? ¿Tanto le gustaba sufrir y humillarse para conseguir migajas, cuando tenía el festín completo esperando en casa?

Sofía permaneció inmóvil, dejando que el peso de la traición la aplastara por un momento. Luego, lentamente, levantó la cabeza y sus ojos, ahora desprovistos de toda calidez, se encontraron con los de él.

"Rompamos," dijo, su voz sonando extraña, hueca. "Quédate con ella."

Marco se quedó paralizado, como si le hubieran dado una bofetada. La decepción inundó su rostro, una decepción que Sofía encontró insultante.

"¿Rompamos? ¿Así de fácil?" Su voz tembló de incredulidad. "¿Sabes cuánta gente en el departamento de diseño está detrás de mi puesto? ¡Todos quieren mi cabeza! Si no hubiera accedido a acompañarla esa noche, ¡ya me habrían despedido hace mucho tiempo!"

Él la miró con una mezcla de frustración y lástima.

"Eres demasiado blanda, Sofía. No luchas, no tienes ambición. Después de tantos años en la empresa, sigues siendo una empleada de base. Tienes tus propias aspiraciones, supongo, y aunque no las comparta, las respeto."

Tomó una respiración profunda, su pecho subiendo y bajando con agitación.

"¡Pero yo no me resigno! ¡No puedo ser como tú! Me levanto a las cinco de la mañana y trabajo hasta vomitar para llegar a donde estoy hoy..."

Su voz se quebró. De repente, se lanzó hacia ella y la abrazó con una fuerza desesperada, su rostro enterrado en su hombro.

"¿Crees que quiero hacer esto?" sollozó, su cuerpo temblando. "¿Crees que me gusta servirla como si fuera un gigoló? ¡Cada vez que toco a Isabella, quiero darme una ducha con desinfectante! Me siento sucio... Sofía, hago todo esto por nuestro futuro. ¿No puedes esperarme dos años? Solo dos años. ¿De verdad no podemos romper?"

Iba a tener un hijo con otra mujer, iba a vivir con ella, pero le pedía que lo esperara.

De repente, Sofía sintió que el hombre al que había amado durante siete largos años era un completo desconocido. Una oleada de tristeza y asco la invadió. Lo empujó con una fuerza que no sabía que tenía.

"Rompamos," repitió, su voz ahora ronca y firme. "Te deseo lo mejor en tu carrera."

La cara de Marco se contrajo. La miró con asombro, como si no pudiera creer lo que oía.

"Te he contado todo mi dolor, mi sufrimiento, ¿y no veo ni una pizca de compasión en tus ojos? Sofía, ¿realmente nunca me amaste?" Su voz subió de tono, volviéndose acusadora. "¡Si uno ama de verdad, debe perdonar todo! ¡Incluso los errores!"

Sofía soltó una risa, pero las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

"Entonces," dijo, mirándolo directamente a los ojos, "asume que nunca te amé."

Las pupilas de Marco se contrajeron. Abrió la boca para decir algo, pero en ese preciso instante, su teléfono sonó, rompiendo la tensión en el aire.

Miró la pantalla y su expresión cambió por completo. La rabia y la desesperación desaparecieron, reemplazadas por una sonrisa respetuosa y servil.

"Isabella," dijo al teléfono. "Sí, ya tengo todo listo. Voy para el aeropuerto ahora mismo."

Una risa femenina y autoritaria se escuchó desde el otro lado, lo suficientemente alta como para que Sofía la oyera.

"Cariño, te dije que no fueras tan formal conmigo en privado. Ahora que vamos a tener un hijo, ¿no puedes empezar a llamarme 'esposa' ?"

"Esposa," repitió Marco sin dudar un solo segundo. El cambio fue instantáneo, nauseabundo. "Claro, esposa. Es que pensé que estabas en la oficina, así que..."

Isabella lo interrumpió.

"Toda la empresa ya sabe lo nuestro, no hace falta que lo ocultes más."

Marco sonrió al teléfono mientras arrastraba su maleta hacia la puerta. Antes de salir, se giró y le dedicó a Sofía una mirada de impotencia, como si fueran cómplices de una tragedia.

"Sofía, ya ves," susurró, "Isabella es muy dominante, no puedo oponerme a ella. Cálmate unos días, ¿sí? Haré como si no hubiera oído esas palabras impulsivas que dijiste."

Sofía bajó la cabeza, secándose las lágrimas con el dorso de la mano.

"No fueron palabras impulsivas," murmuró, más para sí misma que para él.

El rostro de Marco se ensombreció al instante. Agarró el pomo de la puerta con fuerza, su mandíbula apretada.

"¡Espérame hasta que regrese!" ordenó, casi como una amenaza.

Giró el pomo y abrió la puerta.

En el momento en que la puerta se abrió, una figura femenina se lanzó a sus brazos. Era Isabella.

"¡Sorpresa! ¡Cariño!" exclamó ella, plantándole un beso posesivo en los labios.

Marco tardó un segundo en reaccionar, todavía procesando la escena. Isabella, al notar a Sofía inmóvil junto a la mesa, sonrió con un desdén mal disimulado.

"Cariño, ¿no habíamos quedado en que hoy mismo la echabas de aquí? ¿Qué pasa ahora, explícame?"

Marco, recuperando la compostura, entrelazó sus dedos con los de ella y le sonrió con una dulzura forzada.

"Isabella, es que ella todavía no ha encontrado dónde vivir, ¿podríamos darle un par de días...?"

Isabella lo interrumpió bruscamente, su voz cortante como un cuchillo.

"No me importa. Quiero que resuelvas el problema, no que me cuentes tus dificultades. ¡Quiero que se mude de inmediato! No me importa a dónde vaya, ¡que se las arregle sola!"

La humillación era palpable en el rostro de Marco, pero aun así, no se rindió.

"Solo dos días de gracia..."

"No hace falta," lo interrumpió Sofía, su voz clara y fría. "Me iré de inmediato."

La ironía era aplastante. Él le había pedido que lo esperara dos años, pero ya había planeado con su amante echarla a la calle ese mismo día. Ellos eran la pareja legítima ahora. ¿Qué esperaba él? ¿Que ella se quedara como su amante secreta, esperando en las sombras? Qué absurdo.

Sofía ignoró la mirada glacial de Marco y se dirigió directamente al dormitorio para recoger sus cosas.

Cuando pasaba a su lado, Marco de repente le dio una orden, su voz alta y autoritaria para que Isabella la escuchara.

"Mi esposa tiene sed," dijo, señalando a Isabella con la barbilla. "Sírvele un vaso de agua."

            
            

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