Adiós al Cobarde Amor
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Capítulo 3

Sofía se quedó de pie en el pasillo del edificio, con la maleta a su lado y el sonido de la risa de Isabella resonando en sus oídos a través de la puerta cerrada. Por un momento, se sintió completamente perdida, como si estuviera flotando en un vacío. El aire acondicionado del pasillo le pareció gélido contra su piel.

La puerta se abrió de nuevo. Era Marco. Su rostro ya no mostraba la arrogancia de antes, sino una extraña mezcla de irritación y una pizca de... ¿culpa?

"Sofía, espera," dijo en voz baja, asegurándose de que Isabella no lo oyera. "No te vayas así."

"¿Cómo quieres que me vaya, Marco? ¿Agradeciéndote por la oportunidad de empezar de nuevo?" respondió ella con un sarcasmo gélido.

Él hizo una mueca. "Mira, sé que esto es difícil..."

"¿Difícil?" Sofía soltó una risa seca. "No, Marco. Esto no es difícil. Es humillante. Es cruel. Pero no es difícil. La decisión ya está tomada, ¿no? Por ti y por tu... esposa."

La palabra le supo a veneno en la boca.

Marco pasó una mano por su cabello, frustrado. "Isabella puede ser... intensa. Pero lo hago por nosotros. Te lo dije."

"No existe un 'nosotros' , Marco. Lo acabas de destruir," dijo Sofía, y se dio la vuelta para caminar hacia el ascensor.

Pero él la agarró del brazo, con más fuerza de la necesaria.

"¡No te atrevas a irte así! ¡Después de todo lo que he hecho!"

"¿Todo lo que has hecho?" Sofía se zafó de su agarre con un tirón brusco. "¿Engañarme, mentirme, humillarme y echarme de mi casa? Sí, has hecho mucho."

En ese momento, Isabella apareció en la puerta, con el abrigo puesto y una expresión de fastidio.

"Marco, ¿qué demonios estás haciendo? ¡Vamos a perder el vuelo! ¡Deja a esta perdedora y vámonos ya!"

La palabra "perdedora" golpeó a Sofía.

Marco, al ver a Isabella, inmediatamente soltó a Sofía y su postura cambió a una de sumisión.

"Sí, cariño, ya voy. Solo le estaba dando un poco de dinero para que no tuviera problemas." Mintió descaradamente.

Isabella enarcó una ceja. "¿Dinero? ¿Le diste de nuestro dinero a esta?"

"No, no, claro que no," se apresuró a decir Marco. "De mi propio..."

"Tú no tienes dinero 'propio' , Marco," lo cortó Isabella con frialdad. "Todo lo que tienes es mío. Y no quiero que ni un centavo mío vaya a parar a sus bolsillos sucios."

Se acercó a Sofía, mirándola de arriba abajo con desprecio.

"¿Sabes? Siempre me pregunté qué veía Marco en ti. Eres tan... simple. Tan aburrida. Sin estilo, sin clase. Tu ropa es barata, tu cabello es un desastre. Eres la definición de mediocridad."

Cada palabra era un golpe. Pero Sofía se mantuvo firme, su rabia dándole una fuerza que no sabía que poseía.

"Puede que sea todo eso," replicó Sofía con calma. "Pero al menos no tengo que comprar el amor de nadie."

La cara de Isabella se crispó de furia. Fue un golpe directo.

"¡Mocosa insolente!" siseó. Se giró hacia Marco. "¿Vas a permitir que me hable así? ¡Haz algo!"

Marco, atrapado entre las dos, miró a Sofía con desesperación y rabia.

"Sofía, pídele una disculpa. Ahora mismo."

"¿Perdón?" Sofía no podía creerlo.

"¡Que le pidas una disculpa a Isabella!" gritó él, perdiendo el control. "¡Ella es mi futura esposa, la madre de mi hijo! ¡Le debes respeto!"

"Yo no le debo nada a nadie," dijo Sofía, su voz temblando de ira. "El único que debe algo aquí eres tú. Me debes siete años de mi vida."

Impulsado por la mirada furiosa de Isabella, Marco dio un paso adelante y, en un acto de cobardía y brutalidad, empujó a Sofía con ambas manos.

El empujón fue inesperado y fuerte. Sofía perdió el equilibrio, tropezó hacia atrás y cayó al suelo del pasillo, golpeándose la cadera y el codo contra el frío mármol. La maleta se volcó a su lado, abriéndose y desparramando parte de su contenido.

El dolor fue agudo, pero la humillación fue mil veces peor.

Yacía en el suelo, con su ropa interior esparcida a su alrededor, a los pies del hombre que amaba y de su amante.

Isabella miró la escena con una sonrisa triunfante. Luego, su expresión cambió. Se llevó una mano a la boca, su rostro se puso pálido.

"Ay, qué asco," dijo, con la voz ahogada.

Se inclinó y vomitó.

Vomitó allí mismo, en el suelo del pasillo, a apenas un metro de donde estaba Sofía. El olor agrio y repugnante llenó el aire.

Marco corrió a su lado, horrorizado.

"¡Isabella! ¡Cariño! ¿Estás bien?" La sostuvo mientras ella seguía arcando.

Isabella se enderezó, limpiándose la boca con el dorso de la mano. Miró a Sofía, que seguía en el suelo, atónita y asqueada.

"Es tu culpa," dijo Isabella, con la voz ronca. "Verte me dio náuseas. Eres tan patética, tan repugnante, que me provocas vómitos."

Marco se giró hacia Sofía, su rostro deformado por la ira.

"¡Mira lo que has hecho!" le gritó, como si Sofía fuera la culpable del embarazo y las náuseas de su amante. "¡Has puesto nervioso a Isabella! ¡Podrías haberle hecho daño al bebé!"

Sofía lo miró desde el suelo, el dolor en su cuerpo eclipsado por la incredulidad ante la escena. Este hombre no solo la había traicionado y agredido, ahora la culpaba por la reacción física de su amante.

"¡Lárgate!" le gritó Marco, su voz llena de veneno. "¡Lárgate de aquí ahora mismo antes de que llame a seguridad y te saquen a rastras por causar problemas!"

Sofía se levantó lentamente, ignorando el dolor punzante en su cadera. No dijo nada. No había nada que decir. Recogió sus cosas esparcidas, metiéndolas de nuevo en la maleta sin cuidado, evitando mirar el charco de vómito.

Cerró la maleta. Se enderezó y los miró a los dos por última vez. Marco sostenía a Isabella, quien la miraba con un odio puro y triunfante.

Sin una palabra, Sofía arrastró su maleta hacia el ascensor, dejando atrás la pestilencia, la humillación y los siete años de su vida que acababan de convertirse en cenizas y bilis en el suelo de un pasillo.

Mientras esperaba que el ascensor llegara, escuchó a Marco consolar a Isabella.

"Tranquila, mi amor, ya se fue. Esa zorra no volverá a molestarnos. Te lo prometo."

Las puertas del ascensor se abrieron, y Sofía entró, sin mirar atrás.

            
            

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