La habitación era impersonal y fría, pero estaba limpia. Dejó la maleta junto a la puerta y se metió directamente en la ducha. Se quedó bajo el agua caliente durante casi una hora, frotándose la piel como si pudiera lavar no solo la suciedad del día, sino también el tacto de Marco, el olor del vómito de Isabella, la sensación de la humillación.
Cuando salió, se envolvió en una bata de baño y se sentó en el borde de la cama, mirando por la ventana la ciudad iluminada. Se sentía vacía. No triste, no enfadada, solo vacía. Como si alguien le hubiera arrancado el corazón y hubiera dejado un agujero negro en su lugar.
Decidió hacer algo que había estado posponiendo. Sacó su teléfono y marcó un número.
"¿Sofí?" contestó una voz masculina, cálida y familiar. "¿Qué onda? ¿Por qué llamas tan tarde?"
Era Matías. Su amigo de la infancia. El hombre que su padre siempre había querido para ella.
"Matías," dijo ella, y su voz se rompió. Las lágrimas que había contenido durante horas finalmente comenzaron a fluir.
"Oye, oye, ¿qué pasa? ¿Estás bien?" La preocupación en su voz era genuina, inmediata.
Sofía no podía hablar, solo sollozaba. Le contó todo, entrecortadamente, las palabras saliendo a borbotones. La traición, el embarazo, el despido, la humillación, el empujón, el vómito. Lo contó todo.
Matías escuchó en silencio, sin interrumpirla. Solo el sonido de su respiración tranquila al otro lado de la línea le decía que seguía allí.
Cuando Sofía terminó, exhausta, hubo un largo silencio.
"¿Dónde estás?" preguntó Matías finalmente, su voz ahora era dura, fría como el acero.
"En un hotel cerca de... de casa."
"Mándame la ubicación. Voy para allá."
"No, Matías, no hace falta. Estoy bien."
"Sofía," dijo él, y no había lugar a discusión en su tono. "No estoy preguntando. Mándame la ubicación. Llego en veinte minutos."
Y colgó.
Sofía le envió la dirección. Mientras esperaba, se dio cuenta de algo. Durante siete años, cuando tenía un problema, llamaba a Marco. Ahora, en el peor momento de su vida, la única persona en la que podía pensar era Matías.
Veinte minutos después, llamaron a la puerta. Era él.
Matías era alto, con una presencia tranquilizadora. No dijo nada. Simplemente abrió los brazos y Sofía se refugió en ellos, llorando de nuevo, esta vez con una sensación de alivio, de estar a salvo.
Él la sostuvo hasta que sus sollozos se convirtieron en un temblor silencioso. Luego, la guió hasta el sofá.
"Hablé con tu padre," dijo Matías en voz baja.
Sofía levantó la vista, sorprendida.
"Le conté una versión resumida. Está furioso. Quería mandar a sus abogados ahora mismo y destruir a ese tipo y a su empresa."
"No," dijo Sofía rápidamente. "No quiero. No todavía."
Matías asintió, comprendiendo. "Lo supuse. Le dije que se calmara, que yo me encargaría. Tu prueba ha terminado, Sofí. Es hora de volver a casa."
La palabra "casa" sonaba extraña. Su casa había sido ese pequeño apartamento con Marco.
"¿Qué hay de la empresa donde trabajaba?" preguntó ella.
Una sonrisa sombría apareció en el rostro de Matías. "Digamos que el Grupo Ramírez ha estado buscando expandir su cartera de inversiones. Y resulta que una pequeña empresa de diseño y publicidad acaba de salir al mercado a un precio muy... atractivo."
Sofía lo miró, empezando a entender.
"¿La compraste?"
"Estamos en proceso," corrigió él. "Tu padre dio la orden hace una hora. Para mañana por la mañana, serás la dueña de la empresa que te despidió."
La noticia no le produjo la satisfacción que podría haber esperado. Solo se sentía cansada.
"¿Y qué se supone que haga ahora?"
"Ahora," dijo Matías, poniéndose de pie. "Vas a dormir. Mañana será un día largo. Yo me quedaré en la habitación de al lado. Si necesitas algo, solo tienes que llamar."
Se dirigió a la puerta, pero se detuvo antes de salir.
"Ah, por cierto. El viaje a la playa. El que habías planeado con... él."
Sofía asintió, sin querer decir el nombre de Marco.
"El vuelo sigue en pie. Y el hotel está reservado. Creo que deberías ir."
"¿Ir? ¿Sola?"
"No estarás sola," dijo Matías con una pequeña sonrisa. "Iré contigo. Necesitas descansar. Y después... después volveremos y les daremos a todos lo que se merecen."
Cuando Matías se fue, Sofía se sintió un poco menos vacía. La rabia estaba empezando a llenar el hueco. Una rabia fría y calculadora.
Se acostó, pero no podía dormir. Pensaba en las palabras de Matías. "Serás la dueña de la empresa que te despidió."
Imaginó la cara de Isabella. Imaginó la cara de Marco.
De repente, su teléfono vibró sobre la mesita de noche. Era un mensaje de un número desconocido.
"Soy Marco. Este es mi número personal. ¿Estás bien? ¿Dónde estás? Estoy preocupado."
Sofía miró el mensaje con asco. Preocupado. Qué buena broma.
Un minuto después, llegó otro mensaje.
"Mira, lo siento por cómo terminaron las cosas. Estaba estresado. Isabella me estaba presionando. Aquí tienes, te transferí 50,000 pesos. Para que te las arregles mientras encuentras algo. Considéralo una compensación."
Apareció una notificación de transferencia bancaria.
Cincuenta mil pesos. El precio de siete años de su vida. Una miseria. Una ofensa.
Sofía no respondió. Apagó el teléfono y lo dejó en la mesita.
Se acurrucó bajo las sábanas. El plan de Marco era claro: mantenerla a raya con un poco de dinero y falsas disculpas, tenerla como una opción de respaldo por si las cosas con Isabella salían mal.
No. Eso no iba a pasar.
Cerró los ojos, y por primera vez, en lugar de la cara de Marco, vio la playa. El sol. Y la promesa de una venganza que sería tan fría y devastadora como el océano en invierno.