Su Amor Imprudente, Su Amargo Final
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Capítulo 4

Sofía pensó que debía haberlo oído mal. ¿Disculparse? ¿Por qué? ¿Por ser la víctima de las viciosas mentiras de Ximena?

Se quedó allí, en silencio, con la garganta apretada.

El ceño de Santiago se frunció con irritación.

-¿Y ahora qué, Sofía? ¿Vas a volver a ser difícil? -Se pasó una mano por el pelo-. Ximena está bien, gracias a que finalmente aprendiste a controlarte. Ella me salvó la vida, Sofía. Lo menos que puedes hacer es no provocarla.

Él realmente creía que Ximena estaba siendo magnánima.

-Fue ella quien sugirió esto. Dijo que quiere aclarar las cosas, arreglar los problemas entre ustedes dos por el bien de un hogar en paz.

Lo absurdo de todo era abrumador. Sofía finalmente encontró su voz. Lo miró directamente a los ojos.

-¿Por qué? -preguntó, su voz rasposa-. ¿Por qué crees cada palabra que ella dice, pero ni siquiera me escuchas a mí?

-¡Porque ella no es la que está causando todo este drama! -replicó él, su voz elevándose-. ¡Te está dando una salida, Sofía! ¡Una forma de arreglar esto! ¿No lo ves?

Una risa amarga escapó de sus labios.

-¿Arreglarlo? Nunca me disculparé con ella. No a menos que esté muerta.

-¡No me presiones, Sofía! -rugió él, su rostro enrojeciendo de ira-. ¡No me hagas hacer algo de lo que ambos nos arrepintamos!

Metió la mano en el bolsillo y sacó un relicario de plata en forma de corazón. A ella se le cortó la respiración. Era el relicario que sus padres le habían dado antes de morir, lo único que le quedaba de ellos. Dentro había una pequeña y desvaída fotografía de ellos, y en el otro lado, una foto de ella y Santiago de niños.

Abrió un encendedor, la llama danzando peligrosamente cerca del precioso metal.

-Discúlpate -dijo, su voz una amenaza baja y peligrosa-, o lo quemaré. Los quemaré a ellos.

-¡No! -El grito se desgarró de su garganta. Las lágrimas corrían por su rostro-. Por favor, Santiago, no. Eso no.

Ese relicario era su posesión más preciada. Recordó cuando el orfanato se incendió. Ella estaba a salvo afuera, pero se dio cuenta de que el relicario todavía estaba en su habitación. Santiago, sin dudarlo un momento, se había lanzado de nuevo al edificio en llamas para recuperarlo. Había salido momentos después, tosiendo, con el brazo gravemente quemado, pero el relicario estaba a salvo en su mano. Se lo había puesto en la palma y le había dicho: "Está bien, Sofía. Mientras tú seas feliz".

Ella había tomado el relicario y se lo había puesto alrededor del cuello.

-Tú eres más importante que mi vida, Santiago -había susurrado.

Él lo había llevado desde entonces. Incluso había jurado sobre él, jurado a la memoria de sus padres, que la amaría y protegería para siempre.

Ahora, lo estaba usando como un arma contra ella.

-Lo haré -sollozó, su cuerpo temblando-. Me disculparé. Solo... devuélvemelo.

Cerró el encendedor de golpe y se guardó el relicario en el bolsillo.

-Bien -dijo, su voz fría de nuevo-. Alguien te traerá un vestido para la fiesta.

Se dio la vuelta y caminó de regreso a su habitación sin otra mirada, sin una sola pregunta sobre su salud o su estancia de una semana en el hospital.

Sofía se quedó allí, con el corazón hecho un desastre. Se mordió el labio con tanta fuerza que sintió el sabor de la sangre. Ese relicario no solo tenía una foto de sus padres. También tenía una foto de él. El chico que solía ser. El chico que ahora era un extraño.

Levantó una mano y se abofeteó, con fuerza, en la cara.

Tonta, pensó. Eres una tonta por haber creído alguna vez en sus promesas.

Esa noche, llegó una caja. Dentro había un vestido de diseñador y un par de tacones de aguja tan altos que parecían armas.

Una risa seca y sin humor se le escapó. Él sabía que no podía usar tacones. Su cojera lo hacía imposible. Solía ser tan cuidadoso con su comodidad, siempre comprándole los zapatos planos más suaves y cómodos, incluso cuando él tenía que usar zapatos con agujeros.

"Mientras tú estés cómoda, Sofía, eso es todo lo que importa", solía decir.

Este era otro castigo, otra crueldad calculada diseñada para humillarla. ¿Acaso recordaba su cojera? ¿O había borrado cada parte de la verdadera Sofía de su memoria, reemplazándola con la caricatura rota y patética que ahora veía?

            
            

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