A las ocho y cuarto la campanilla de la puerta sonó, y con ella apareció Clara. El mismo abrigo beige, la misma carpeta bajo el brazo, la misma seguridad en el andar. Se acercó a la barra y pidió el mismo cappuccino de avena con canela. Ethan lo preparó sin mirarla demasiado, aunque notó cómo la ansiedad se le enroscaba en el pecho. Ella se sentó en el mismo lugar junto a la ventana, como si la mesa ya le perteneciera.
Ethan intentó concentrarse en el trabajo. Sirvió un par de cafés más, saludó a los clientes habituales, limpió la barra. Pero la sensación persistía. Un cosquilleo eléctrico en la piel, un nudo en la garganta. Lo conocía bien: era la antesala de los recuerdos. La guerra, con su paciencia cruel, siempre encontraba el modo de regresar.
Respiró hondo "Uno, dos, tres" Intentó anclar la mente al presente. Estaba en su cafetería, no en el desierto. Estaba sirviendo cafés, no contando municiones. Pero entonces la tostadora soltó un tin metálico, acompañado del olor agrio del pan quemado.
El sonido rebotó en su cabeza como un disparo. El olor se convirtió en humo denso, sofocante. Y de pronto ya no estaba en la cocina de su cafetería. Estaba en el frente. El rugido de las explosiones lo rodeaba, los gritos de sus compañeros llenaban el aire. Sintió el calor abrasador de la arena, el estruendo de la artillería, la certeza de que la muerte lo rozaba a cada segundo.
-¡No! -gritó, la voz quebrada, antes de encogerse sobre sí mismo. Cayó de rodillas detrás de la barra, llevándose las manos a los oídos como un niño asustado. -No es real no es real no es real... -repitió entre jadeos.
Los clientes se quedaron en silencio. El murmullo de la cafetería murió de golpe. Fue Clara quien reaccionó primero; Se levantó de su asiento y se acercó a toda prisa, rodeó la barra sin pedir permiso y se agachó junto a él.
-Ethan -dijo con firmeza, su voz grave y serena- Escúchame, Estás aquí, conmigo, No hay explosiones, no hay guerra. Solo estás en tu cafetería.
Ethan apretó más los ojos, respirando entrecortado; Las manos le temblaban, los nudillos blancos contra sus orejas.
Clara no lo tocó de inmediato. Sabía que el contacto podía ser un arma de doble filo. Se quedó a su lado, bajando la voz pero sin perder fuerza.
-Ethan, concéntrate en mi voz. Respira conmigo. Inhala... exhala... eso es. Mira mis manos, ¿ves? -levantó las suyas frente a él, despacio, mostrándole que no había peligro.
Él abrió los ojos apenas un instante. El humo de la memoria comenzó a disiparse. Vio la madera de la barra, las luces cálidas del local, el rostro serio de Clara inclinado hacia él. No había arena, no había pólvora. Solo ella.
El temblor continuaba, pero logró aflojar las manos. Clara se permitió acercarse un poco más.
-Eso es -susurró- Aquí y ahora. Solo café, solo pan tostado. Estás a salvo.
El pecho de Ethan subía y bajaba con violencia. Poco a poco, la respiración fue encontrando un ritmo menos caótico. Sus hombros se relajaron lo suficiente para soltar un gemido ahogado.
Un cliente se levantó de su mesa, con intención de acercarse, pero Clara levantó la mano en señal clara de que no lo hiciera. Esto era entre ellos dos.
-Mírame, Ethan -pidió ella- Solo mírame.
Él obedeció. Y en esos ojos oscuros y firmes encontró un ancla. El campo de batalla retrocedió, como si se hundiera tras un muro invisible. El presente volvió con brusquedad.
Ethan parpadeó, jadeando, y se dejó caer sentado contra la barra. Cubrió el rostro con una mano, avergonzado, sin querer mirar a nadie.
-Lo siento... -murmuró con voz ronca- No quería...
-No tienes nada que disculpar -lo interrumpió Clara, suave pero categórica- Respira, eso es lo único que importa ahora.
Se quedaron así unos minutos. Los clientes, incómodos, retomaron sus conversaciones en voz baja. La vida de la cafetería volvió lentamente, como si tratara de borrar el episodio.
Cuando Ethan por fin se levantó, lo hizo con torpeza. Clara lo ayudó a apoyarse contra la barra. Él evitó mirarla directamente, el orgullo herido más que cualquier cicatriz física.
-Estoy bien -dijo, aunque la voz lo traicionaba.
Clara asintió, pero no le creyó. Lo sabía. Y, aunque no lo dijo, también supo que ese momento la había marcado tanto como a él.