Clara asintió, aunque la tensión en su cuerpo aún la delataba. -Sí. Logró calmarse un poco. No fue fácil.
Carolina soltó un suspiro profundo, mezcla de alivio y preocupación. Se pasó las manos por el cabello y miró a su amiga con ojos enrojecidos.
-Tenía miedo de que no llegaras a tiempo... -dijo, dejando la frase a medio camino.
Clara frunció el ceño. -¿Qué pasó exactamente, Carolina? Solo me dijiste que había tenido un accidente.
Carolina asintió, tragando saliva.
-Fue extraño -empezó- Según los reportes, Ethan iba conduciendo por la avenida central, cerca de la rotonda. No había tráfico, prácticamente vacía la calle. De pronto, perdió el control y chocó contra un poste de luz. No había razón aparente: ni autos que lo cerraran, ni peatones, nada. Solo... de repente, como si su mente se hubiera apagado.
Clara lo imaginó al volante, los dedos crispados en el volante, una imagen intrusa disparando un recuerdo letal.
-¿Estaba consciente cuando lo trajeron? -preguntó.
-No. Llegó inconsciente. Lo trasladaron de inmediato a urgencias, y cuando despertó... fue como ver a un hombre en otra realidad. No reconocía nada. Los doctores intentaron atenderlo, pero apenas se acercaban, los atacaba. Hirió a cuatro de ellos. A uno lo golpeó con un portasuero, al otro lo empujó contra la camilla.
Carolina cerró los ojos y negó con la cabeza. -Estuvo cinco horas así, encerrado en esa sala. Nadie podía acercarse sin arriesgarse a salir herido. Por eso pensé en ti.
Clara se quedó en silencio unos segundos, dejando que la información se asentara. La imagen de Ethan temblando en la camilla aún le quemaba en la mente. Sus pupilas dilatadas, su respiración como la de un animal herido. No era un accidente común: era la guerra persiguiéndolo, incluso años después.
-Lo que ocurrió -empezó Clara, con voz serena pero cargada de peso- se llama episodio de disociación de la realidad. Es un fenómeno asociado al estrés postraumático.
Carolina arqueó las cejas, intentando comprender. Clara prosiguió:
-Los veteranos de guerra, como Ethan, suelen cargar con recuerdos tan vívidos que no distinguen cuándo pertenecen al pasado y cuándo irrumpen en el presente. Algo debió de detonarlo mientras conducía: un sonido, un reflejo en la calle, un olor. No lo sabemos. Lo cierto es que su mente revivió la guerra y lo desconectó de la realidad. Por eso perdió el control del auto.
Carolina frunció el ceño, cruzando los brazos más fuerte. -¿Y al despertar en el hospital?
-Eso lo empeoró -respondió Clara- Imagina abrir los ojos en un entorno desconocido, rodeado de voces y manos que intentan tocarte. Para alguien con su historial, eso no es un hospital: es un campo enemigo. Cada médico se convirtió en una amenaza, cada objeto en un arma potencial. Su miedo lo hizo reaccionar así.
Carolina se mordió el labio inferior, procesando las palabras.
-¿Entonces... pudo haber matado a alguien?
Clara la miró con seriedad. -Sí. No por maldad, sino porque en ese estado su mente no distingue. No ve personas, ve soldados enemigos. Cada acción es supervivencia.
El silencio se instaló entre ellas, pesado, incómodo. Solo los pasos lejanos de una enfermera rompiendo el pasillo acompañaban la conversación.
Carolina bajó la mirada, como si le costara digerir la magnitud del asunto. -Nunca pensé que fuera tan grave. Lo veía en la cafetería, sonriendo mientras servía café, como si nada.
-La fachada -dijo Clara, casi en un susurro- Los que más sonríen suelen ser los que más ocultan.
Carolina la miró con una mezcla de tristeza y gratitud. -Gracias, Clara. De verdad. Si no hubieras venido... no sé qué habría pasado.
Clara asintió, aunque por dentro sentía que la deuda no era con ella, sino con Ethan. Lo había visto caer en un abismo y lo había sostenido en el último segundo. Pero sabía que eso era solo el inicio. Los episodios podían repetirse, quizá con mayor violencia.
-Él necesita ayuda profesional, Carolina. No un café, no rutinas que lo mantengan ocupado. Ayuda real.
Carolina suspiró y se frotó las sienes. -¿Y crees que acepte?
Clara dudó unos segundos antes de responder. Pensó en la resistencia que Ethan había mostrado incluso al contacto mínimo, en cómo había luchado contra todo y todos hasta que su voz lo había traído de vuelta.
-No lo sé -admitió- Pero debo intentarlo.
La frase quedó suspendida entre ambas, como un compromiso tácito. Carolina la observó con atención, notando ese brillo en los ojos de Clara, esa mezcla de determinación y algo más profundo, algo que rozaba la frontera peligrosa de lo personal.
-Clara... -dijo al fin, con tono cauteloso- Ten cuidado. No solo por él, sino por ti.
Clara asintió, aunque en su interior no estaba segura de tener ya esa opción. Ethan había entrado en su vida como una tormenta inesperada, y lo que acababa de presenciar era apenas la primera descarga eléctrica.
Mientras ambas caminaban hacia la sala de espera, Clara miró de reojo hacia la puerta donde Ethan reposaba. El exmilitar parecía dormido, pero su cuerpo aún se agitaba con pequeños espasmos, sombras de la batalla librada en su mente.
Clara lo supo entonces con absoluta certeza: lo que había empezado como un favor a una amiga estaba a punto de convertirse en la misión más compleja de su vida. Y no había manual, ni diagnóstico clínico, ni teoría académica que la preparara por completo para ello.
Solo la certeza de que, de alguna forma, Ethan necesitaba ser rescatado. No de un campo de batalla extranjero, sino de sí mismo.