La Cicatriz de un corazón
img img La Cicatriz de un corazón img Capítulo 5 Ecos en la Urgencia
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Capítulo 10 El peso de la visita img
Capítulo 11 Promesas incumplidas img
Capítulo 12 Un paso más hacia adelante img
Capítulo 13 La promesa cumplida img
Capítulo 14 Una noche distinta img
Capítulo 15 Bajo la luz azul img
Capítulo 16 Bajo el mismo techo img
Capítulo 17 La visita inesperada img
Capítulo 18 Entre la ruina de la noche img
Capítulo 19 El silencio de la noche img
Capítulo 20 Cicatrices al amanecer img
Capítulo 21 Informe de cicatrices img
Capítulo 22 La citación img
Capítulo 23 El tribunal img
Capítulo 24 El peso de la investigación img
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Capítulo 5 Ecos en la Urgencia

Clara empujó las puertas de urgencias con un nudo en la garganta y un pulso acelerado que no recordaba haber sentido en mucho tiempo. El olor a desinfectante, mezclado con la humedad metálica de la sangre y los ecos de pasos apurados, le golpeó la memoria de inmediato. Carolina apareció entre los pasillos, aliviada al verla, y la tomó de la mano casi arrastrándola.

-Clara, rápido, es él... -dijo, con voz temblorosa.

No necesitó más explicación. A medida que se acercaban, Clara distinguió un pequeño tumulto de batas blancas, enfermeros y médicos intentando organizarse frente a la sala de observación. El murmullo era un torbellino de frases entrecortadas: "No coopera", "Está en crisis", "Cuidado, lanzó el monitor". Y entonces lo vio.

Ethan estaba en la camilla, pero no parecía un paciente: era un soldado atrincherado en un campo de batalla invisible. Su mirada desorbitada se clavaba en cada movimiento como si buscara enemigos en cada esquina. El sudor le empapaba la frente, la camisa estaba pegada a su piel, y cada músculo de su cuerpo vibraba de tensión. Cuando uno de los médicos intentó acercarse con una jeringa, Ethan lo repelió con un gesto brusco y el objeto metálico voló hasta chocar contra la pared. No era un acto al azar: había lanzado a matar.

Carolina apretó el brazo de Clara. -Nadie puede con él. Creí que tú...

Clara tragó saliva. Sabía que no podía titubear, que ese era el tipo de instante que separaba a los psicólogos de vocación de los que no soportaban la presión. Respiró hondo y pidió que le abrieran paso.

-Déjenme intentarlo -dijo con voz firme, aunque por dentro temblaba.

Los médicos la miraron con dudas, pero algo en su seguridad les hizo retroceder. Clara entró despacio, sin brusquedad. Cerró la puerta tras ella y el mundo se redujo a ese espacio pequeño, cargado de tensión.

Ethan respiraba como un animal acorralado, el pecho subiendo y bajando con violencia. Sus manos buscaban armas que no estaban allí, y su mirada iba de la ventana al techo como si esperara un ataque. Clara reconoció el patrón: despersonalización, flashback severo, episodio de estrés postraumático en su fase más cruda. Lo había estudiado, lo había visto en pacientes anónimos... pero nunca lo había enfrentado con alguien que ya conocía, alguien que apenas ayer le había sonreído al servirle un café.

Se acercó despacio, con las palmas abiertas hacia él, como si se presentara ante un animal salvaje que debía confiar en su calma.

-Ethan -dijo suave, modulando la voz en un tono grave y constante- No estás allá. Estás aquí. Escucha mi voz.

Él alzó la mirada. Sus ojos eran dos abismos de miedo y furia. Clara dio un paso más, sin dejar de mirarlo.

-Sé que ves otra cosa, sé que sientes que todo arde -continuó- Pero no. Estás en un hospital. Estás en casa. Nadie va a hacerte daño.

Ethan sacudió la cabeza con violencia, murmurando algo inaudible, como si discutiera con fantasmas que solo él podía oír. De pronto agarró la bandeja de instrumentos de al lado y la hizo volar. Clara no retrocedió. El choque metálico resonó en la sala, pero ella permaneció firme.

-Ethan, mírame -ordenó con un tono más fuerte, el tono de alguien que corta la niebla con la autoridad justa.

Él titubeó. Parpadeó dos veces, como si su mente se esforzara en enfocar. Clara aprovechó el mínimo resquicio.

-Soy Clara Rosello. ¿Recuerdas mi voz? -preguntó, sin bajar las manos.

El silencio se estiró. Ethan respiraba con dificultad, los labios secos, pero sus ojos empezaban a reconocer algo. Ella dio un paso más.

-La cafetería... el capuchino que me serviste. ¿Lo recuerdas? Estaba caliente, como ahora tu piel. No estabas en la guerra. Estabas en tu lugar. Conmigo.

El temblor de Ethan se intensificó. Clara sintió el filo del fracaso a centímetros, pero no se detuvo.

-Si quieres pelear, pelea conmigo, pero aquí, en esta sala. No hay balas, no hay bombas, no hay sangre. Solo mi voz y la tuya. Respira conmigo.

Colocó una mano sobre su pecho, despacio, sin tocarlo aún. Solo dejó que el gesto quedara en el aire, un puente tendido. Ethan la miró, jadeante, como si calculara si confiar o no. Al final, un movimiento casi imperceptible de sus hombros reveló que estaba cediendo.

Clara bajó la voz a un susurro. -Uno, inspira. Dos, suelta el aire. Hazlo conmigo.

Comenzó a respirar en un ritmo marcado, fuerte y audible. Tras unos segundos tensos, Ethan imitó el gesto, al principio descoordinado, luego más acompasado. Sus hombros bajaron lentamente, su mandíbula dejó de rechinar. La furia en su mirada fue cediendo a la confusión y al agotamiento.

Clara aprovechó para acercarse otro paso. Ahora estaba a menos de un metro de él. Con extremo cuidado, posó la mano sobre su antebrazo. El contacto fue eléctrico. Ethan parpadeó y la realidad se impuso como un balde de agua fría.

-No... -susurró, con voz quebrada.

-Sí -respondió ella, firme, pero con dulzura- Estás aquí. Conmigo.

El cuerpo de Ethan se derrumbó como si finalmente soltara un peso imposible. Cayó hacia adelante, y Clara lo sostuvo con toda la fuerza que pudo. Sintió sus temblores recorrerle los huesos, la humedad de su sudor empapar su blusa. Pero no lo soltó.

Durante un largo minuto, la sala quedó en silencio. Solo se oía el eco de sus respiraciones, mezcladas en un mismo compás. Cuando Clara levantó la mirada, los médicos observaban a través de la ventana, incrédulos. Nadie se atrevió a interrumpir.

Ethan murmuró algo contra su hombro. -No quería volver allí... no quería...

Clara cerró los ojos, conteniendo su propia marea de emociones. Lo abrazó un poco más fuerte y respondió en un tono casi maternal:

-Ya no estás allí. No voy a dejar que vuelvas.

Fue entonces cuando él se dejó llevar, agotado, como si por fin aceptara que el campo de batalla se había quedado en el pasado, aunque sus cicatrices aún lo persiguieran. Clara lo ayudó a recostarse con suavidad en la camilla. Señaló a los médicos con la mano que podían entrar, pero hizo un gesto tajante: nada de jeringas aún, nada que pudiera disparar otra crisis.

Mientras los doctores se organizaban, Clara permaneció junto a Ethan, con una mano todavía apoyada sobre la suya. Por dentro, se repetía que debía mantener distancia profesional, que aquel hombre era un paciente, un caso clínico en potencia. Pero su corazón ya no obedecía esas fronteras.

Había visto muchos episodios de estrés postraumático en manuales y conferencias, pero nunca se había enfrentado a uno con tanta crudeza, con tanto filo humano. Y en medio del caos, comprendió que estaba entrando en un terreno peligroso: no solo debía salvarlo de sus recuerdos, sino también cuidarse de no hundirse junto a él.

Esa noche, entre los pasillos fríos del hospital, Clara entendió que su vida no volvería a ser la misma. Ethan no era solo un exmilitar con cicatrices: era una herida abierta que pedía a gritos ser cerrada, aunque costara toda la calma que a ella le quedaba.

Y al mirarlo, inconsciente pero más sereno, supo con una certeza incómoda que ya estaba involucrada más allá de lo profesional.

            
            

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