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Hoy por última vez me encuentro en la playa cumpliendo uno de los deseos de mi corta lista (la cual por cierto deje en el olvido y preferí hacer lo que me apetecía en el momento y no regirme por esta) gracias a que los padres de mi cuñado Alejandro tienen una casa en Los Cabos, mis padres y yo nos encontramos disfrutando de una maravillosa vista, el amablemente les pidió que nos dejarán pasar unos días aquí ya que se enteró que deseaba visitar la playa.
Estoy a la orilla de la playa con mis brazos extendidos dándome un baño de sol que tanta falta me hace, después doy unas cuantas vueltas sobre mi propio eje disfrutando de la fresca brisa que golpea mis mejillas y hace ondear mi vestido, pegándome el cabello a la cara nublando un poco mi vista, pero aun así esta sensación de sentirme libre es tan maravillosa que si fuese por mí estaría todo el día aquí, lentamente me dejo caer sobre mis rodillas para observar a lo lejos como la puesta de sol se refleja en el inmenso mar tiñendo de color naranja todo a su paso, es tan hermosa que por unos minutos olvido completamente mis problemas centrándome solamente en la calma que me transmiten las olas del mar.
Después de unos 15 minutos mis padres se acercan hasta donde me encuentro y me ayudan a ponerme de pie algo tan insignificante, pero que últimamente se me dificulta tanto, me envuelven con cuidado en un grueso abrigo y me encaminan a la casa.
Pasamos aquí alrededor de una semana la cual disfruto como nunca gracias a la compañía de mi familia y sobre todo al ver los espectaculares amaneceres y atardeceres que me ofrece mi estadía en este lugar, recorrer la playa, mirar a los turistas que disfrutan de tomarse fotos, la comida (algo de lo que mi hermana estaría orgullosa) así como infinidad de cosas que nunca terminaría de nombrar y que antes me parecían tan cotidianas, pero que ahora disfruto con mayor intensidad, lamentablemente hoy por la noche tendremos que regresar a nuestra casa lo cual hasta cierto punto me entristece, pero comprendo que no debemos abusar de la hospitalidad de los padres de Alejandro a quienes les estaré eternamente agradecida por tan lindo gesto.
Mientras miro por la ventana del avión por fin tomo consciencia del porqué no acepte el tratamiento para mi enfermedad, por un lado, como lo he comentado es que las probabilidades de éxito eran muy escasas, pero por otro lado creo que muy en el fondo ya lo sabía y es que cuando hospitalizamos a mamá fue una de las peores cosas que he vivido en mi vida, es un recuerdo tan amargo que trate de borrarlo de mi memoria, pero que ahora viene a mí con tanta facilidad que es casi como si hubiese esperado por él.
Recuerdo que todo ocurrió en agosto, ese día el clima era realmente frío y lloviznaba un poco, pedimos una ambulancia para trasladarla hasta el hospital, yo viajaba en la parte delantera junto a uno de los paramédicos, tratando de no perder la calma y echarme a llorar, muriéndome de la angustia al pensar que no llegaríamos a tiempo, por fin cuando llegamos hasta el hospital y la ingresaron al área de urgencias debido a que su estado era grave y ver como desaparecía por ese pasillo me provocó un miedo irracional, miedo a que se muriese y no volver a verla, no ver su sonrisa, no escuchar sus cariños, sus regaños, no volver a tomar su mano, sentir sus cálidos abrazos y besos, fue hasta ese momento que comprendí la frase de una conocida "La vida es bella, hasta que creces y los padres enferman" cuánta razón tenía, en ese preciso momento la vida dejó de ser bella para mí.
Los minutos que pasaron convirtiéndose en horas esperando a que algún doctor nos diera informes sobre su salud fueron una lenta tortura, es una desesperación tan inmensa que sientes como si te estuvieses ahogando, sin poder hacer nada, más que esperar y esperar, cuando nos dieron los primeros informes y las noticias no eran tan alentadoras todo a tu alrededor parece derrumbarse, entonces el miedo, incertidumbre y desesperación vuelven a ser parte de ti hasta que por fin una pequeña luz al final del camino se abre y te dicen que tu familiar ha mejorado un poco es que vuelves a tener un poco de fe; esto es exactamente lo que he querido evitarles a mis padres porqué ya sé que se siente el casi perder a uno de los seres más importantes en tu vida, por lo menos ellos podrán estar conmigo en todo momento sin tener que esperar noticias mías, tomar mi mano y acompañarme hasta mi último aliento.
Los días pasan volando y lamentablemente hay muchas cosas que ya no soy capaz de hacer por mí misma, como levantarme de la cama, un día por la mañana dejé de hacerlo intenté ponerme en pie, pero simplemente mis pies no me sostuvieron y caí de bruces lastimándome las palmas de las manos y mis rodillas, debido al fuerte golpe mis padres entraron tan rápido como les fue posible encontrándome en el piso, acto seguido papá me levanto como cuando era pequeña a lo cual me fue inevitable no llorar, odiándome por ser tan débil ante esta enfermedad.
- ¡No me cargues, bájame! -Suplique a mi papá, quien me ignoro por completo y se dedicó a besar mi cabeza, limpiando mis lágrimas una vez que me deposito con cuidado en mi cama.
-No pasa nada mi princesa, aquí esta papá -Comenta haciéndome llorar aún más fuerte que hace unos instantes.
Desde ese día mi padre tenía que llevarme cargando cuando necesitaba usar el baño, me bajaba al comedor, pero era tanta mi debilidad que al final opte por comer en mi habitación, era consciente que muy pronto sería incapaz de realizar otras cosas como escribir, comer por mí misma, incluso ver, por lo cual me la pasaba observando fotos de mi familia con la firme intención de memorizar sus caras por si esto llegase a suceder.
Algunos días vienen a visitarme mis hermanas, incluso algunos compañeros de trabajo entre ellos Lucía, pero el que nunca falta ni una sola vez es mi mejor amigo Charlie, siempre trata de hacerme reír, algunas veces se acomoda a mi lado para ver alguna película cursi de esas que tanto me gustan y que a él tanto le desagradan, mientras bufa sin parar por los tontos diálogos aun así le agradezco su presencia.