Capítulo 10 Chantajes

MARIANA DE LA NOCHE.

Capítulo 9.

Autora; Patricia López

Me quedé platicando unos minutos más con el psicólogo quien aclaró todas mis dudas, me dejó muy claro que tenía que aclarar las cosas de una vez con Bárbara. Era lo mejor para ambos y para ella, también me recordó que si ella no reconocía que necesitaba ayuda no podíamos hacer más.

Salí del consultorio y lo primero que hice fue buscarla con la mirada, pero no estaba. Le pregunté a la recepcionista y me dijo que había pedido un taxi. Le hablé a Ricardo porque sabía que Bárbara no hablaría con la verdad, aunque sabía que el doctor sí lo haría ya que eran algo cercanos. Le conté todo lo que pasó y le dije que yo no seguiría con esa farsa, él entendió y me agradeció por todo. Se disculpó por las molestias y me dijo que estaba eternamente agradecido conmigo. Se escuchaba triste por la situación de Bárbara, si ella no se dejaba ayudar no se podía hacer nada.

Regresé a mi apartamento, en el camino hablé con mis amigos y les comenté la situación. Estaban felices porque podría continuar con mi vida, les dije que apenas tuviera todo solucionado nos podíamos ir de viaje.

Me dolía la situación con Bárbara, pero no podíamos hacer nada si ella no quería, yo no podía estar a su lado solo para complacerla. Le hablé a mi madre y le dije que iría a comer, se puso feliz. Le envié un mensaje de WhatsApp a Bárbara.

¡Bárbara! ¡Tenemos que hablar! Me avisas.

Lo envié, le llegó el doble chulo, pero no respondió. No podía evitarme toda la vida. Me quedé unos minutos en mi apartamento y luego me fui a casa de mis padres.

Luego de unos minutos, crucé la gran puerta, caminé por el jardín y llegué hasta la puerta principal. Mi madre estaba en la sala, me recibió con una sonrisa y un beso en la frente.

-Que bueno tenerte aquí en casa.

-Sabes que lo hago con todo gusto, además ya pronto saldré de viaje.

Me senté en uno de los muebles junto a mi madre.

-Hijo, ¿Cuánto tiempo estarás fuera?

-No sé, creo que un mes, depende de lo que tengamos que hacer.

Mi madre se quedó mirándome fijamente.

-Sabes hijo, hoy te ves diferente.

Sonreí con curiosidad.

-¿Diferente? Madre, tengo la misma ropa que suelo ponerme.

-Hijo, no hablo de eso. Hoy veo en tus ojos una alegría, como si te hubieras quitado un gran peso de encima.

Solté una risita. Si supiera que era verdad, sentía que me había quitado un gran peso de encima. Me levanté y la tomé de las manos llevándola conmigo al comedor.

-Solo amanecí de buen genio.

-Digamos que te creo.

Pasamos a la mesa, todo estuvo delicioso. Me quedé hablando con mi madre algunos minutos más, revisé el celular y Bárbara no me había respondido. Me quedé ahí en la casa, ya en la mañana saldría al trabajo desde ahí.

Al día siguiente, me levanté muy temprano, mucho más de lo habitual, hice mi rutina de ejercicios, luego pasé a mi apartamento a ducharme y cambiarme de ropa. Elegí un pantalón negro, camiseta blanca, tenis del mismo color, chaqueta negra, peine mi cabello, un poco de loción y listo.

...

El día estuvo normal, salí con mis compañeros a comer y en la tarde regresé a mi apartamento. Cuando estaba por entrar me encontré con una vecina, Soraya, ella estaba estudiando enfermería. Hace tiempo que vivía en el mismo edificio, de vez en cuando coincidiamos. Estaba un poco abrumada con un montón de paquetes, me ofrecí a ayudarle con las bolsas, ella me agradeció. Caminamos con pequeñas zancadas y se nos escaparon una que otra risa por las cosas que decíamos. De repente de la nada apareció Bárbara como una fiera.

-¡Que tan rápido encontraste reemplazo!

La chica me miró asustada, yo con un gesto le hice entender que solo la ignorara, pero Bárbara se interpuso en nuestro camino.

-¡Sabes, tan típico de él! Tan caballero y galante, ahí donde lo ves con esa sonrisa logra cautivarnos a todas, pero luego las deja como a un perro, ¡como hizo conmigo! -Gritó subiendo el tono.

-¡Bárbara, por favor! Este no es el lugar.

-¡Mira niñita! Si te subiste en esa nube, déjame decirte que es hora que te bajes.

-¡No sé, de qué me habla! -susurró Soraya.

-Yo conozco las mosquitas muertas como tú y sé lo que buscas.

Soraya abrió sus ojos como platos y yo, quería que la tierra se abriera y me tragara en ese momento.

-¡Bárbara, no más!

Pasé por su lado y llevé los paquetes hasta la puerta de Soraya, me moría de la vergüenza, dejé los paquetes en el suelo.

-¡Soraya te pido una disculpa por todo esto!

Me sonrió.

-¡No te preocupes!

-¿Por qué tienes que pedirle disculpas a ésta?

Respiré profundo y la tomé del brazo sacándola casi arrastras del edificio.

-¡Estás loca! -gruñí.

Solo sentí su mano estrellarse en mi rostro con fuerza, mi cara quedó roja. Acaricié mi mejilla y ella seguía con la mano levantada como en shock, como si hubiera entendido lo que hizo, esa vez llegó muy lejos.

-¡Ma-Matías! -susurró en un pequeño hilo de voz.

Aún acariciando mi mejilla murmuré.

-Esta vez llegaste muy lejos, no te quiero cerca de mí.

Caminé tres pasos cuando sentí su mano en mi brazo, yo fui más rápido impidiendo que me tocara. Es que no era solo el golpe en la cara, era toda esa situación que me tenía cansado.

-¡No más, Bárbara, no más! No quiero volverte a ver, nosotros no somos nada, eso hace mucho se acabó, entiéndelo, se a- ca-bó.

Hice énfasis en cada sílaba. Ella empezó a llorar.

-No me digas eso, yo te amo, sin ti no hay vida.

-¡No más! -exclamé subiendo el tono-, la vida sigue y es maravillosa, ¿por qué no retomar tu carrera? Eso era lo que te apasionaba, amabas ser una diseñadora gráfica, retoma tu trabajo y así mantendrás la mente ocupada en otras cosas, cosas que si te beneficiarán.

Se llevó las manos al cuello, se frotó el cabello con exasperación, negó una y otra vez.

-¡No, no puedo, sin ti yo no puedo! ¿lo entiendes? Tú eres mi vida y sin ti, no hay vida, no hay nada.

-¡Bárbara, estás tan equivocada! Tú tienes muchas cosas por las cuales seguir. Se acaba nuestra relación, pero la vida sigue para ambos, por caminos separados pero sigue. Tú amabas diseñar, debes retomarlo y así ocuparás tu tiempo.

Una y otra lágrima se hicieron presentes cortando sus palabras, me dolía verla así, pero ya no podía hacer más.

-¡Sin ti me voy a morir! ¡El único culpable eres tú! -gritó-, lo llevarás en tu conciencia.

-¡Haz lo que se te pegue la gana! -le grité-,es tu vida, tú decides como vivirla y si de verdad te quieres morir, yo no puedo hacer nada.

Giré sobre mi eje y empecé a caminar, pasé saliva para cortar el nudo que se formó en mi garganta. Estaba dispuesto a continuar sin mirar atrás, solo escuché sus gritos ahogados por sus lágrimas. Me decía que me amaba, que no la dejara, que ella no quería la vida sin mí, que se iba a morir y yo cargaría con esa culpa.

Seguí caminando, sabía que ninguna mujer merecía humillarse de esa manera. Sentí un peso en mis pies, Bárbara estaba en el suelo aferrada a mi pie como una niña, traté de zafarme y ella más fuerte me abrazó mientras sollozó.

-Pí-Pídeme lo que quieras, pero no me dejes, ¡Matías! ¡Matías! Tú eres mío, yo soy tuya.

Me incliné de rodillas tratando de zafarla de mi pierna, ya muchos curiosos nos miraban, ya se había humillado suficiente. Tomé su rostro en mis manos, tenía los ojos negros por el maquillaje que se le corrió y sus lágrimas parecían cascadas.

-¡Bárbara, no más!

La miré casi suplicándole, ni siquiera sentía enojo, sentía pena por ella.

»Levántate, no te sigas humillando, tú vales mucho para que estés aquí así, en el piso.

-Yo te amo Matías, no me importa, si tengo que caminar de rodillas tras de ti lo haré, todo para que no me dejes.

Dolía, dolía verla humillada, dolía porque tenía una madre, tuve una hermana. Y en la vida hubiera querido verlas así como estaba ella en ese momento, tirada en el piso aferrada de mí. Eso se hacía más difícil, yo no sabía cómo manejarlo. La tomé de los brazos con fuerza haciendo que se levantara del piso, un quejido se le escapó de los labios, con mis pulgares limpié sus lágrimas.

-¡No es amor! -susurré mirándola a los ojos-,lo que tú sientes no es amor, ¿Cómo puedes amarme, si tú no puedes amarte a ti misma? ¡Mírate! Estar humillándote aquí delante de mí, si tú misma no puedes amarte, no puedes amar a nadie más.

-¡No quiero perderte! -sollozó-, no quiero imaginarme la vida sin ti.

Respiré profundo, era como si no escuchara lo que le decía, no entendía las razones. Traté de convencerla para ir a una cafetería, necesitaba que se tomara algo para que se tranquilizara. Se aferró a mi cuello y empezó a llorar, su pecho subía y bajaba rápidamente como si le costara respirar, la rodeé con mis brazos, subí y bajé mi mano por su espalda tratando que se calmara. Su respiración se cortaba cada que sus lágrimas se hacían presentes.

-¡Matías! -susurró en mi cuello.

-No digas nada.

Acaricié su cabello y poco a poco su respiración se normalizó. Me alejé de ella lentamente, la tomé del brazo y caminamos en silencio hasta la cafetería. Le pedí un té, nos sentamos en una pequeña mesa en el fondo. Bárbara empezó a tomar sorbo a sorbo. Permanecía con la mirada en el piso.

-¿Tienes otra persona? ¿Estás saliendo con alguien más? -me miró directo a los ojos.

-No. No salgo con nadie, no tengo a nadie -rodé los ojos-,apenas estoy saliendo de una relación como para enredarme en otra. Solo quiero enfocarme en mi trabajo.

-¿Entonces que te impide...?

La interrumpí.

-¡No volvamos a lo mismo! Ya hablamos mucho de lo mismo, sabes que esto se acabó hace mucho.

Tomé su mano.

»Tienes que tomar el tratamiento, debes seguir con tu vida.

-Yo no estoy loca, ni enferma, no necesito nada, lo único que necesito es estar contigo, pero tú me desprecias.

Solté un resoplido de frustración.

-Contigo no se puede de ninguna manera, espero de todo corazón que puedas ser feliz y logres salir de todo esto, no vuelvas a buscarme, olvídate de mí.

Me levanté, ella seguía mirándome, había fuego en su mirada.

-¡Espero que nunca te arrepientas de haberme dejado! Si eso es lo que quieres, no volveré a molestarte, te dejaré en paz para siempre.

-No empieces con tus chantajes.

Una lágrima rodó por su mejilla, al instante la limpió con la yema de sus dedos.

-¡Te vas a arrepentir, lo juro! ¡Te vas a acordar de mí!

Se levantó furiosa y se fue. Su mirada me daba miedo, pero esperaba que todo eso terminara de una vez y por fin poder continuar con mi vida. Ojala que Bárbara pudiera encontrar su camino nuevamente, esperaba que eso fuera un mal recuerdo de mi vida.

Regresé a mi apartamento y pensé que después de tantos días podría dormir tranquilo.

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EN ALGÚN LUGAR DE MEDELLÍN

Narrador omnisciente.

Mariana se puso un vestido negro a la altura de la rodilla, unos tacones del mismo color, recogió su cabello en dos coletas, sus labios los maquilló color rubí y una sombra de ojos oscura con brillo. Su novio la había invitado a una fiesta que harían en casa de uno de sus amigos, la temática de la fiesta era de disfraces de los años 80 o gótico, Mariana eligió lo gótico.

Mariana estaba indispuesta, lo típico de las mujeres cada mes. Cólicos y malestar, por eso le dijo que no podía acompañarlo. Se tomó unas pastillas y se sentía mejor, pero ahora estaba en un dilema si ir o no.

Eran las nueve de la noche. Le estuvo marcando, pero Emanuel no respondió. Se sentó en la mitad de las escaleras de la casa, se quedó con la mirada perdida sin saber qué decisión tomar.

Continuará...

            
            

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