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MARIANA DE LA NOCHE.
Capítulo 6.
Autora; Patricia López.
Él seguía gritando, su respiración era acelerada, ella seguía petrificada sin entender qué estaba pasando. La cogió de los brazos y la sacudió con fuerza haciéndola chillar de dolor. Mariana lo empujó, sentía que su corazón saltaría de su pecho, él resoplaba como un toro y sus ojos estaban oscuros.
-¡Me lastimas! Si no respondí fue porque me quedé sin batería.
Su voz se empezó a quebrar, es que ese no parecía el hombre del que se enamoró. Buscó el celular y se lo enseñó, una lágrima rodó por su mejilla.
»José sólo es un compañero de la universidad que se ofreció a traerme. Si demoré fue porque él fue hasta el centro a recoger unas cosas, no estaba haciendo nada malo. ¿Qué-querías, que me viniera sola? Sin celular, sin manera de avisar si me pasaba algo.
Su voz se quebró, el nudo que tenía en la garganta no la dejó hablar más. Se limpió las lágrimas y pasó por su lado dispuesta a entrar a la casa, pero Emanuel la tomó de la mano deteniéndola, Mariana reaccionó molesta, alejó la mano bruscamente.
:-¿Quieres lastimarme más?
Le señaló las marcas de los brazos. El lobo poco a poco se fue transformando en cordero. Una lágrima rodó por su mejilla, cómo si le doliera. Mariana quiso seguir de largo cuando escuchó un golpe, Emanuel descargaba puños sobre la pared lastimándose hasta el punto que los nudillos le sangraron. Mariana salió corriendo y lo cogió de las manos impidiendo que siguiera lastimándose.
-¡Estás loco, estás sangrando!
Desesperadamente empezó a buscar en su bolso un pañuelo para limpiarle la sangre. Emanuel empezó a llorar, en solo cuestión de segundos pasó de victimario a víctima.
-¡Déjame! -Trató de alejarse.
»Yo no te merezco, mira como te lastime -una y otra lágrima rodaron por sus mejillas-. Soy un estúpido, lo mejor es que te alejes de mí.
Mariana seguía llorando tratando de entender todo lo que pasó, se acercó y puso el pañuelo en las heridas. A pesar de lo que había pasado minutos atrás, a ella le dolía ver al hombre que amaba lastimado.
-No-no digas tonterías -susurró ella con tristeza.
Sus manos estaban frías y temblorosas, él las sujetó y dejó un beso en ellas.
-Ves, me tienes miedo, vas a coger miedo por lo que pasó, es que soy tan imbécil. Me dejé llevar por los celos, por eso actué así.
Le colocó las manos a ambos lados de la cabeza y la miró con los ojos llenos de lágrimas, deslizó su frente sobre la de ella y susurró con la voz quebrada.
-Te amo tanto Mariana, que me da miedo perderte, que llegue alguien mejor que yo y te arranque de mis brazos. No imagino la vida sin ti, ¿me crees que te amo? No quise lastimarte. ¡Perdóname! ¿verdad que me crees que te amo?
Ella solo asintió, una vez más él logró poner todo a su favor justificando sus actos.
»¿Dime amor, me perdonas?
Mariana se alejó lo suficiente para mirarlo a los ojos.
-La manera en la que reaccionaste no me gustó, es más no está bien, porque yo no estaba haciendo nada malo. Espero que algo así no vuelva a repetirse nunca más.
Emanuel levantó su mano en señal de promesa.
-Primero me muero antes de volver a lastimar a mi princesita.
La abrazó, besó sus brazos y su frente.
»Tu madre y mi cuñado me odiarán, no dejarán que sigas conmigo, mira las marcas que te deje.
Las marcas eran demasiado evidentes, lo más seguro al día siguiente le aparecerían los moretones. Mariana respiró profundo.
-Por esta vez no les diré nada. Ya miraré como tapar esto.
Miró las marcas y exhaló con tristeza, él acarició las marcas con la yema de sus dedos.
-Gracias amor, esto no volverá a suceder. Además es normal que las parejas tengan malos entendidos. No necesariamente hay que estarle contando todo a la familia, la relación es de dos.
Retiró un mechón de su cabello y dejó un beso en su frente.
»Todas las parejas tienen problemas, pequeños disgustos, eso no quiere decir que tengamos que estar contando lo que nos pasa, es nuestra privacidad. ¿Verdad princesita?
Mariana se quedó mirándolo, estaba confundida y tenía tantas cosas en la cabeza que no sabía si él tenía la razón. Sólo asintió, él acarició su rostro con una sonrisa.
-Esto no volverá a pasar, lo prometo, pero debes prometerme que no andarás en autos con otros tipos. No quiero perderte, te quiero solo para mí.
Mariana abrió sus ojos y elevó una ceja.
-¡Parece que no me conoces! ¿estás dudando de mí?
Emanuel pasa la mano por su cabello acariciándolo con mucha devoción.
-No, estás malinterpretando todo princesita. Yo confió en ti, pero en esos tipos no.
Dejó un beso en sus labios.
»No quiero que mi novia ande con otro, sólo te quiero para mí. Ponte en mi lugar por un momento, ¿Cómo reaccionarías tú?
Mariana estaba confundida y algo desilusionada por todo lo que pasó. Para ella ya era suficiente, no quiso responder y seguir con el tema, menos después del caos de hace minutos atrás. Le dijo que estaba cansada y se despidió, él le recordó una vez más que los problemas de pareja no se contaban. Le dijo que al día siguiente él la recogería en la universidad.
Mariana se cubrió los brazos con un suéter y subió directo a su habitación, menos mal no se cruzó con su hermano o su mamá. Cerró la puerta, descargó la mochila en su cama y se fue directo al baño. Se quitó el suéter y acarició las marcas de sus brazos con la yema de sus dedos. Se preguntó, si de verdad eso era su culpa por subirse al coche de otro hombre. Ella pensaba que tenía parte de culpa y estaba segura que algo así no volvería a pasar, ya que Emanuel era el amor de su vida. Estaba segura que él se arrepintió de corazón y algo así no se repetiría nunca.
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Terminamos de revisar unos documentos y salimos a tomar algo. A mis compañeros se le salían las preguntas por los ojos. Pedimos unas cervezas, cruzaron miradas y empezaron.
-¿Volviste con barbacoa? -Así le decía Marcos.
-¿Por qué pediste tiempo, si todo estaba listo? -inquirió Carlos.
-¿Qué es lo que te está pasando? -comentó Rafael.
-¡Explícanos! -intervino Orlando.
Le di un sorbo a mi cerveza, estaba fría y refrescante. Cuando pensaba hablar mi celular empezó a sonar. Todos rodaron los ojos al tiempo, ya imaginaban quién era. Lo puse en silencio y no quise responder.
-Les explicaré. Esto es muy difícil para mí, más de lo que imaginan. Saben todo lo que pasó con Bárbara, me sentía comprometido no solo con Bárbara, también con Ricardo. Bárbara me apoyó en momentos muy difíciles cuando pasó lo de mi hermana. Además de la historia que teníamos, ustedes saben que ella no es un tema superado, aún hay sentimientos de por medio. Decidí estar junto a ella mientras esto pasa, antes de que digan algo no volví con ella, ni pienso volver.
-Matías, se te va a complicar la vida -Comentó Marcos.
-Esto solo te traerá más problemas -añadió Carlos.
-Ella no va a pensar lo mismo que tú -intervinó Orlando.
-¿Estás seguro que podrás manejar la situación? -inquirió Rafael.
-No lo sé, espero salir bien librado. De algo estoy seguro, aunque sienta cosas por ella no pienso intentarlo otra vez. Solo estoy esperando la oportunidad para aclararle todo, todo esto es para que acepte ir a terapias.
-¿Qué dijo el psicólogo? -preguntó Marcos-.¿Tú crees que él autorice que la saques de su error? ¿Te pusiste a pensar en eso? No creo que él lo recomiende, menos en la situación de Bárbara, ella puede volver a atentar contra su vida. Ya lo hizo una vez, no creo que dude en hacerlo otra vez si lo ve necesario solo para lograr su cometido, chantajear a todos, incluido tú. Esa vieja está mal de la cabeza amigo.
-Estoy de acuerdo con Marcos -añadió Rafael-, todo será peor y terminarás con ella por compromiso o por lo que sea, te acabas de crucificar tú mismo.
-¿Y si ella no quiere ir a terapias?-preguntó Orlando-, si ella no reconoce que necesita ayuda, estás perdido.
Froté mi cabeza con exasperación, ellos tenían razón, todo eso podía pasar. Terminaría metido en grandes problemas, quería que eso terminara rápido. Nos quedamos platicando unos minutos más, cambiamos de tema. Me comentaron lo que pasó en la dichosa fiesta, sus nuevas conquistas y los planes para ese fin de semana. También hablamos del viaje, de lo que habían investigado. Según ellos el lugar era muy bonito, solo bosque y más bosque alejado de la civilización. Eso era lo que necesitaba yo en ese momento, desaparecer del mundo. Incluso planificamos que después de terminar nuestro trabajo allá nos quedaremos unos días acampando y conociendo el lugar, yo solo quería que llegara ese momento.
Antes de ir a casa de Bárbara fui a mi apartamento. Tenía un desastre y debía organizar un poco, además sólo hacía tiempo para no ir tan temprano a su casa. Abrí la puerta y crucé el umbral, cerrando la puerta tras de mí nuevamente.
Respiré profundo, miré a mi alrededor. Mi apartamento no era exageradamente grande, creo era lo suficiente para una sola persona. En la sala tenía una pequeña mesa de cristal, encima un jarrón pintado con vinilos adornado con flores y corazones, lleno de unas flores artificiales. Era importante para mí, me lo había regalado mi hermana hace muchos años.
Luego estaba el sofá, bastante espacioso para unas 6 personas, se podía convertir en una cama pequeña. Estaba lleno de cojines negros bordados con figuras en rojo. Luego estaba la mini cocina al lado izquierdo; una mini nevera, un microondas, algunos utensilios de cocina. No cocinaba mucho, casi siempre iba a comer a casa de mis padres.
Caminé unos tres pasos más y estaba mi habitación, era muy amplia. Tenía una cama doble de madera en la mitad, al frente colgado en la pared estaba el televisor, un closet al lado derecho y junto a mi cama un buró con una pequeña lámpara. Algunos cuadros en la pared de autos y paisajes hermosos. Aparte del reguero de ropa sucia que tenía en el suelo y la cama, mejor dicho en todas partes, al fondo estaba el baño.
Luego de mi habitación estaba el pequeño cuarto de lavado y los utensilios de aseo. Y más al fondo había otra habitación pequeña, ahí tenía un estante con algunos libros, un pequeño escritorio con todo tipo de documentos. Junto a esa habitación había una puerta para salir a un pequeño patio, ahí se tendía la ropa.
Busqué mi delantal como un buen amo de casa, puse algo de música de todo un poco. La que más me gustaba era la de Pablo Alborán ,Antonio José y Beret, eran mis favoritos. Subí un poco el volumen no muy exagerado, no quería que mis vecinos me vieran como el tóxico de la cuadra. Además con música todo era mejor y rinde más, decía Verónica.
Empecé a recoger el tiradero que tenía en todo el lugar, zapatos, medias, pantalones, camisetas, todo un caos, hasta algunos platos sucios. Recogí todo, limpié, sacudí polvo, puse a lavar, limpié mis zapatos, luego tendí la ropa húmeda en la parte trasera. Solté un poco de aire, que agotador era todo eso, entendía a las mujeres, no sé cómo le hacían para hacer de todo. Parecen multiusos, son unas berracas.
Busqué en la nevera algo para refrescarme, solo había agua, tenía que comprar algunas cosas. Me pegué de la botella y me tomé hasta la mitad, luego me fui a mi habitación, quería ducharme y refrescarme. Dejé caer la ropa al piso, abrí el grifo y dejé que el agua fría empezará a fluir. Me quedé bajo el agua unos minutos, me sentía más relajado, cerré el grifo cuando escuché tres pequeños golpes en la puerta. No estaba esperando a nadie, pensé que podía ser alguno de mis amigos.
Envolví una toalla en mi cintura, aún escurriendo agua me apresuré a abrir la puerta. Giré la manija y vaya sorpresita, me quedé pasmado.
-¡Vaya, creo que llegué en un buen momento!
Se mordió el labio inferior, pasó por mi lado dejando su bolsa en el sofá, cerré la puerta un poco confundido.
-Ba-Bárbara, ¿Qué haces aquí?
Seguía sin moverme con una gran expresión de sorpresa, se supone que debería estar en su casa, cuidándose. Bajé la mirada detenidamente como escaneándola, traía un vestido negro con un escote a la altura de la rodilla, resaltando sus bellas curvas, tenía que admitir que se veía hermosa.
-Imaginé que después del trabajo pasarías por aquí. Como no respondiste mis llamadas pensé en darte una sorpresa, me arriesgué y veo que no me equivoqué.
Se acercó lentamente, mordió su labio inferior y acarició mi torso desnudo con su dedo índice.
»¿Qué dices si te acompaño a terminar tu ducha?
Se relamió los labios de una manera muy sensual, enredó sus manos en mi cuello, se acercó quedando a solo centímetros de mi rostro. Podía sentir su aliento caliente en mis labios, sus dedos jugueteaban en mi cabello húmedo. Su aroma, traía la loción que tanto me gustaba, inhalé por la nariz absorbiendo su aroma. No era de piedra, tenía que confesar que en ese momento no estaba pensando precisamente con la cabeza.
Continuará...