Capítulo 8 Bárbara

MARIANA DE LA NOCHE.

Capítulo 7.

Autora; Patricia López

Respiré profundo, retrocedí dos pasos alejándome de la tentación, no podía enredar más las cosas. ¡Tenía que pensar con la maldita cabeza de arriba!

-¡Bárbara, se supone que debes estar en tu casa en reposo!

Se sentó en el sofá, cruzó la pierna derecha de manera tan lenta y sensual dejándome ver el color de su ropa interior, estoy seguro que trató de coquetear. Luego hizo exactamente lo mismo con la pierna izquierda con una sonrisa malévola.

-Que culpa -curvó su labio inferior-, quería verte.

-Estaba organizando un poco el tiradero que tenía, por eso no respondí.

Se levantó con una sonrisa.

-No te preocupes, ¿En qué te ayudo? Terminas más rápido y me invitas a comer, mejor aún, pedimos un domicilio.

Me quedé mirándola, parecía tan normal, regresé tiempo atrás cuando éramos felices, sonreí con tristeza, no entendía. ¿En qué momento cambió todo? Se veía tan calmada y tranquila, que quería imaginar que todo era una pesadilla. Liberé la tensión de mis hombros y traté de relajarme.

-Solo me falta terminar de sacar la ropa de la lavadora.

Cruzó el pasillo con una sonrisa, se encogió de hombros.

-Yo te ayudo -bajó su mirada escaneándome-,mientras tú terminas de vestirte.

Me guiñó un ojo y siguió por el pasillo. Sonreí, pero esa calma me asustaba un poco. Regresé a mi habitación, busqué algo de ropa, elegí unos bóxeres negros, pantalón azul y una camisa blanca. Salí de la habitación y la busqué con la mirada, cruzó del cuarto de lavado al pequeño patio trasero.

-¿Qué te parece si pedimos un domicilio, pizza te parece bien? -levantó un poco la voz para que la escuchara.

»Y luego vemos una película.

Sonrió mientras siguió su camino, no era una buena idea quedarme solo con ella. No quería terminar metiendo las patas, bueno no precisamente las patas. Conocía perfectamente ese diablo con figura de mujer. Antes cuando veíamos películas terminábamos haciendo todo lo contrario, además ella creía que habíamos regresado y no quería confundir más las cosas. Regresé de mi trance cuando sentí su aliento en mi cuello acompañado de una sonrisa.

-Listo, ropa colgada, todo ordenado, vaya que te hace falta la figura de una mujer en este lugar.

Mordió su labio inferior mientras jugaba con un mechón de su cabello.

-Gracias.

Le regalé una sonrisa de boca cerrada.

-¿Pido el domicilio?

Sonrió con ilusión, tenía que ser más astuto que ella, si nos quedábamos sería muy difícil, no podría fingir y terminaría rechazándola. Tenía que hacer algo, para que ella no sintiera que le estaba sacando el cuerpo; disculpas, pretextos. Así solemos decir los paisas y los colombianos, avemaría ese me está sacando el cuerpo. Por eso pensé rápido.

-¿Y si mejor te invito a comer? ¿Recuerdas ese lugar donde las hamburguesas son enormes que tanto te gustaba? Esas que se les sale el queso por los bordes y tienen una carne enorme. Así cambiamos de ambiente.

Enredó sus dedos en mi pelo, haciendo círculos con ellos, curvó su labio inferior en un gesto de puchero.

-Yo quería plan arrunchis contigo, pero esa idea también me gusta.

Me sorprendió mucho su respuesta, estaba preparándome para otro ataque de berrinches como los que acostumbraba hasta conseguir lo que quería. Asentí como respuesta con un movimiento de cabeza y una sonrisa, ella me la devolvió mostrándome su perfectos dientes blancos. Busqué mis cosas; billetera, algo de dinero y las llaves de mi auto.

Enredó su brazo en el mío y salimos del apartamento. Tenía que admitir que su comportamiento me había dejado muy sorprendido. ¿De verdad iba a cambiar? Sacudí mi cabeza alejando esos pensamientos, tenía que estar centrado en mi objetivo, no podía volver a caer en ese juego, sería como volver a lo mismo.

Luego de unos minutos llegamos al local donde vendían la mejor comida rápida. Busqué donde estacionarme, como era habitual el lugar estaba lleno, tendríamos que hacer fila. Rodeé el auto y le abrí la puerta, ella esbozó una sonrisa y me tomó de la mano y yo... no dije nada, ¡Dios, cada vez estaba peor!

Entramos al local, buscamos con la mirada un lugar donde sentarnos y justo al fondo había una mesa para dos. Caminamos hasta el lugar, nos acomodamos uno al frente del otro, empezamos a ojear la carta. Tantos recuerdos llegaron a mí, en ese momento en ese mismo lugar, ahí solíamos venir cada fin de semana. Las risas, la comida, todo era perfecto, cuando éramos felices, cuando ella era otra. Regresé a la tierra por la voz de Bárbara.

-¡Matías, Matías! ¿me estás escuchando? -movió mi mano-,hace rato estoy hablando.

Me quedé esperando su transformación, pero una vez más no sucedió.

»¿Te pasa algo? Te noto algo distraído, te estaba diciendo que ya elegí lo que pediré.

La miré con los ojos bien abiertos, cómo era posible, a veces ángel otras demonio.

-No pasa nada -la miré y sonreí, bajé la mirada a la carta de orden que tenía en mis manos-. Estaba pensando qué pedir, todo se ve tan provocativo, que estoy indeciso.

Sonrió y siguió mirando la carta que tenía en sus manos. Parecía loca haciendo gestos extraños, era como si la antigua Bárbara hubiese regresado.

Bárbara pidió una hamburguesa doble carne con mucho queso y una Coca-Cola en vaso. Yo elegí una picada que consta; carne de res, cerdo y chorizo, picada en cuadritos, papas fritas, una ensalada de repollo dulce y arepa con queso gratinada. Lo sé, era mucho, pero era de buen comer. Para acompañar mi rico plato pedí un jugo natural de mora en leche. Solo quedaba esperar que estuviera nuestro pedido.

-Cuéntame de ti, ¿Cómo van las cosas en tu trabajó?

Apoyó sus codos en la mesa, descargando sus mejillas en las palmas de las manos con una sonrisa.

-Todo muy bien, estamos preparando todo para un nuevo proyecto.

-¿Y tus amigos? lo mismo de locos imagino.

Soltó una risita.

-Igual, ellos no cambian.

-¿Y tus padres?

-Mi padre más resignado y mi madre pues...a veces avanza, otras veces no.

-Es entendible, todo ocurrió tan rápido que nos dejó fríos, ahora tu madre... perder un hijo no debe ser nada fácil.

Acarició mi mano dejando un apretón en ella.

-Mi amor, me encantaría pasar un día de estos a visitarla.

Respiré profundamente tratando de tomar valor para aclararle las cosas.

-Bárbara, creo que tú y yo tenemos un tema pendiente.

Hizo un gesto de puchero.

-¡No, por favor! No me regañes, ¿y si lo dejamos para después? No arruinemos la comida.

-Sabes que tarde o temprano tendremos que tocar ese tema, Bárbara yo quiero dejar algo muy...

No pude terminar, en ese momento llegó nuestra comida.

-¡Qué rico! Buen provecho cariño, luego habrá tiempo para hablar.

No me quedó más remedio que esperar, la verdad yo tampoco quería amargarme la comida. Empezamos a saborearla, todo estaba delicioso. No mencionamos el tema, todo lo contrario platicábamos de cualquier tontería. Ella solo quería evitar ese tema a como de lugar y yo no sabía qué hacer.

Una hora después de disfrutar nuestra comida le dije que era hora de llevarla de regreso a la casa, ya que mientras comíamos su celular no dejaba de sonar. Ricardo le estaba llamando, imagino que estaba preocupado. Bárbara me decía que se quería quedar conmigo, pero le dije que no sería una buena idea ya que se salió sin avisar y su papá debía estar muy angustiado por ella. Pensé que se transformaría otra vez, pero no lo hizo, solo respiró profundo y aceptó que la llevara a casa.

Mientras yo conducía ella mantenía su mirada por la ventanilla, como era habitual había un trancón terrible. Las bocinas de los coches, los gritos de algunos conductores que les molestaba esperar. Pasé saliva antes de hablar.

-¿Cuándo tienes las cita con el psicólogo?

Giró su cabeza para mirarme, luego se encogió de hombros como restándole importancia y volvió a mirar por la ventana.

-Mi padre la consiguió para mañana a las 10:00 AM. Pero eso es una pérdida de tiempo -volvió a mirarme-, yo no necesito un psicólogo, eso es para los locos y yo no lo estoy.

Seguí avanzando cuando el semáforo cambió.

-Los psicólogos no son para los locos, ellos solo están para orientarnos cuando nos sentimos perdidos y necesitamos ayuda.

Elevó una ceja y se quedó mirándome.

-¿Tú también crees que estoy loca?

Seguí con la mirada al frente.

-No estoy diciendo eso, es solo que lo que hiciste no estuvo nada bien.

Soltó un suspiro...

-Solo fue un mal momento de mi vida, ya pasó.

-Bárbara, nosotros solo queremos que estés bien...

Me interrumpió...

-¿Tú también piensas que estoy loca? -se quedó mirándome.

Yo la miraba por el rabillo del ojo ya que no podía mirarla a los ojos porque seguía conduciendo. Traté de alcanzar su mano.

-Eres consciente que no estás bien, aunque no quieras reconocerlo, yo solo quiero tu bienestar.

Se giró y siguió mirando por la ventanilla, me quedé esperando sus gritos, pero una vez más me dejó sin palabras. Se quedó en silencio, mirando por la ventanilla de medio lado. Esa era la actitud de ella cuando no quería hablar. No le insistí, encendí la radio y seguí conduciendo en silencio hasta llegar a su casa. Me bajé del coche y lo rodeé para abrir la puerta del copiloto. Recogió su cartera, se bajó en silencio, cerré la puerta, dio tres pasos y volví a rodear el coche para irme a mi casa cuando ella habló.

-¿Entramos?

-No creo que sea buena idea.

Y justo en ese momento se abrió la puerta principal y apareció Magdalena bajo el umbral de la puerta, con la mirada me fulminó.

-¡Matías, no me digas que no piensas entrar! ¿No pensarás hacerle ese desplante a Barbarita o sí?

-No quiero molestar.

La señora sonrió, hizo un movimiento con su mano para que entrara.

-Para nada, sabes que eres bienvenido en esta casa.

Bárbara retrocedió, me sujetó del brazo y otra vez no tuve más remedio que entrar. Nos sentamos en la enorme sala, digo enorme porque la casa de Bárbara era el doble de grande que la de mis padres. La sala era enorme con tres ventanales de cristal y cortinas rojas con bordes dorados. Ahí en la planta baja estaba el comedor, un pequeño despacho, la cocina, dos habitaciones que ocupan las empleadas. En medio de la sala estaban las escaleras de mármol para subir a la planta alta donde estaban las habitaciones de Bárbara, sus padres y tres habitaciones más para huéspedes. Por obvias razones conocía esa casa perfectamente.

-¿Me acompañas a mi habitación?

Su voz tan cerca de mi oreja me hizo dar un pequeño salto.

-No te preocupes por mí, yo te puedo esperar aquí.

Me cogió de la mano llevándome arrastras.

-Solo serán unos minutos.

Cruzamos la sala, subimos las escaleras, al fondo del pasillo en la segunda habitación, abrió la puerta halándome de la mano. Yo fui el primero en entrar, luego ella quien cerró la puerta. Empezó a acercarse con una mirada malvada lentamente como cuando un animal acecha a su presa. Retrocedía cada que ella daba un paso, se quitó el abrigo que traía, me detuve cuando sentí la parte de atrás de mis rodillas chocar con la cama.

-¿Recuerdas las locuras que hacíamos en este cuarto?

Pasé saliva. ¡Cómo no recordar todo lo que pasó aquí!

-Creo que lo mejor será regresar a la sala.

Traté de hacerme a un lado, pero ella lo impidió. Puso sus dos manos en mi pecho empujándome con fuerza, no pude sostenerme, terminé en su cama. Rápidamente se puso a horcajadas sobre mí metiendo sus manos bajo mi camiseta, empezó a subir sus manos, pero yo la tomé de las muñecas impidiendo que siguiera. Un pequeño aullido de dolor se escapó a través de sus dientes, la solté al instante, recordé sus heridas. Levanté mis manos hasta la altura de mi cabeza.

-¡Lo siento!

Se relamió los labios con una mirada llena de perversidad.

-Eso es lo que yo quiero Matías.

Enarqué una ceja.

»Sentirte -mordió su labio inferior.

Estoy tratando de pensar con la cabeza, ella movió sus caderas lentamente en un movimiento tan agonizante y tentador.

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En algún lugar de Medellín.

Narrador omnisciente.

Mariana estuvo despierta gran parte de la noche, tenía en su cabeza aquella discusión con su novio y eso la tenía un poco triste. Se levantó de la cama estirando su cuerpo, un pequeño quejido se escapó de sus labios, caminó directo hasta el gran tocador que estaba a un lado de su cama y se miró al espejo. Sin quererlo una lágrima se escapó de sus ojos, las marcas en sus brazos eran de color morado oscuro, eran demasiado notables.

Acarició con la yema de sus dedos algunas marcas y sin poderlo contener por alguna razón sus lágrimas se hicieron presente. Se quedó varios minutos frente a ese espejo, mirando los moretones de color oscuro, cómo podía Emanuel lastimarla así si la amaba, esa pregunta retumbaba en su cabeza.

Después de unos minutos bajo el agua, salió de la ducha y empezó a rebuscar entre sus cosas algo para ponerse y tapar esas marcas. Eligió un vestido negro con mangas a la altura de la rodilla, dejó su cabello suelto, puso un poco de lápiz labial.

Salió de la habitación con la cabeza en otro mundo, regresó a la realidad cuando se chocó con su hermano, quien sin querer golpeó uno de sus brazos, Mariana soltó un chillido doblándose de dolor, acarició su brazo y su hermano la tomó de las manos algo preocupado.

-¡¿Mariana, estás bien?!

Ella trató de sonreír.

-Venía distraída.

Lorenzo bajó la mirada pues Mariana seguía acariciando su brazo, ella al notarlo alejó su mano tratando de disimular.

-¿Te lastimé? -inquirió algo dudoso.

-No, tranquilo hermanito.

Se encogió de hombros, quiso seguir su camino, pero Lorenzo la cogió del brazo, ella sin poder evitarlo volvió a chillar de dolor. El gesto de Lorenzo se descompuso, levantó su mentón obligándola a mirarlo.

-¿Qué tienes ahí?

Bajó la mirada hasta su brazo, ella tomó su rostro en sus manos sonando un beso en su mejilla.

-Soy tan despistada, anoche me choqué con el marco de la puerta del baño, por eso me duele. Ya sabes que soy muy delicada.

La tomó del mentón obligándola a mirarlo otra vez.

-¿Estás segura? ¿Entonces por qué tienes los ojos hinchados? Como si hubieras llorado. Dime la verdad, ¿estás teniendo problemas con Emanuel?

Mariana se alejó lo suficiente para mirarlo a los ojos y tratar de fingir lo mejor posible.

-Lorenzo que tóxico me saliste, no tengo problemas con mi novio, todo lo contrario, todo marcha de maravilla. Segundo, no estaba llorando, es que casi no dormí pensando en los parciales que tengo.

Soltó una risita mientras Lorenzo seguía muy serio analizando sus respuestas.

»El dolor en el brazo fue por lo que te conté, no es la primera vez que pasa, ¿recuerdas aquella vez que chocamos en la sala? Me salió un hematoma en la frente por chocar con tu cabezota.

Ambos soltaron una risita, Lorenzo al parecer le creyó, pues Mariana era un poco despistada, no era la primera vez que se golpeaba con algo por andar de prisa o distraída.

-No fue mi culpa, tú venías corriendo mirando hacia atrás porque te robaste las tajadas de plátano de mamá.

Ambos empezaron a reírse por ese recuerdo, Lorenzo pasó su brazo por encima de su hombro para abrazarla.

-Eres muy delicada, mi ...

Antes que él terminara ella lo interrumpió.

-¡Shhh! Mamá podría escucharnos, recuerda que solo tú y yo sabemos nuestro apodo, ese es nuestro secreto de hermanos. Nuestro código secreto.

Se acercó a su oído y le susurró el apodo que ella le tenía a él desde que eran unos niños, él solo sonrió, dejó un beso en su frente.

-Tienes razón, mi -susurró en su oído el apodo que él le tenía a ella-, este es nuestro secreto de estado.

Unieron sus meñiques y soltaron una carcajada. Y es que ambos se pusieron un apodo que solo sabían ellos dos, decidieron desde niños que ese sería su secreto de hermanos, solo quedaría entre los dos. Al paso del tiempo lo habían cumplido porque nadie más lo sabía. Lorenzo dejó un beso en la cabeza de Mariana olvidando por completo su quejido, Mariana respiró aliviada porque su hermano le creyó.

Continuará...

            
            

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