Capítulo 7 ¿Julian era impotente

'¿Se lo pasó bien?', pensó Julian.

Definitivamente, él se la había pasado increíble esa noche, pero Katherine...

¿No había terminado reducida a sollozos desgarradores, temblando como si él le hubiera arrebatado toda su dignidad, e incluso suplicándole desesperadamente que usara protección? Y después, ¿no había llorado incansablemente, convirtiendo cada lágrima en un eco silencioso de devastación y desesperanza? Exactamente, ¿qué parte de esa pesadilla podría llamarse "diversión"?

Julian posó sus ojos en el delicado perfil de Katherine, y atravesó sin esfuerzo su débil fachada, mientras los recuerdos de sus mejillas sonrojadas y su temblorosa suavidad de aquella noche se agitaban vívidamente en su mente.

"Felicidades. Después de tres años de abstinencia, por fin te acostaste con alguien", soltó, con una sonrisa burlona.

A Katherine le temblaron ligeramente las pestañas. Se tragó el amargo sabor que subía por su garganta, decidida a no derrumbarse bajo la desdeñosa mirada de su esposo.

......

La salud de Laurence Nash había decaído desde hacía tiempo, y rara vez salía de casa. Aun así, gracias al atento cuidado de su familia no parecía especialmente frágil; de hecho, sus rasgos conservaban esa calidez y serenidad tan características de él.

Él le había entregado las riendas del negocio familiar a su hijo Julian desde hacía años y siempre se había mostrado bondadoso con Katherine. Ella, a su vez, siempre lo había tratado con una deferencia constante y respetuosa.

Por eso, incluso en ese momento en que Julian había roto sus esperanzas y aplastado su espíritu, Katherine mantenía su desilusión bien oculta, pues lo último que quería era causarle más preocupaciones a su suegro.

Mientras Laurence observaba a su confiado hijo y a su tranquila y siempre compuesta nuera, sintió que la paz la envolvía. Sin embargo, de manera inexplicable, algo le parecía faltar. De repente, supo que un nieto era la nota ausente en su sinfonía de felicidad.

"Bueno, ¿y cuándo piensan darme un nieto?", soltó sin rodeos, como era su costumbre. "Creo que ya no puedo esperar más, y nadie sabe cuánto tiempo me queda".

El anciano siempre sacaba ese tema cada vez que lo visitaban. Katherine nunca respondía a esa pregunta, dejando que su esposo se encargara de dar la respuesta.

Por su parte, Julian frunció el ceño. Como no quería provocar a su padre, respondió en un tono neutral: "Eso no es algo que podamos apresurar".

"¿Tres años y todavía nada? ¿Cuánto tiempo más planean perder?", insistió Laurence con paciencia. "Ambos están en perfecto estado, entonces, ¿qué es lo que no está funcionando aquí?".

Julian permaneció callado, tamborileando perezosamente las yemas de sus dedos contra la mesa, claramente preparándose para esquivar la pregunta una vez más.

"Hijo, sé sincero conmigo, ¿tienes... problemas en esa área?", insistió el viejo, pues no estaba dispuesto a dejar pasar el asunto.

"Papá, solo tengo veintiséis años. ¿De verdad crees que eso siquiera es una posibilidad?", respondió el joven, con un músculo de su mejilla ligeramente tenso.

"Nunca se sabe. Esas cosas aparecen sin que te des cuenta", insistió Laurence

Julian dejó escapar un suspiro tenso. La irritación brillaba en sus pupilas mientras se giraba hacia su esposa. Ella estaba pelando una mandarina, una fruta que a él siempre le revolvía el estómago, así que su mal humor aumentó. Acto seguido, apretó los labios con fuerza, lo que solo aumentó las sospechas de su padre.

"Kathy, ¿tengo razón?", sondó Laurence.

La pregunta tomó a la joven completamente desprevenida, así que se congeló por un instante. ¿Julian impotente? ¿Cómo se suponía que lo supiera? En los tres años que llevaban juntos, él nunca se había quedado a pasar la noche. Ni siquiera habían compartido un beso.

Sin embargo, al recordar cómo la había tratado más temprano ese día, una intención de venganza cruzó por su mente.

"Lo dudo...", murmuró con vacilación, frunciendo ligeramente el ceño.

Ese pequeño gesto cayó como una bomba sobre los presentes. Laurence se puso pálido como un fantasma. Por su parte, la expresión de Julian se volvió sombría.

Ella había pronunciado unas cuantas palabras casuales, pero habían caído como una cachetada. Casi parecía que había arrastrado el nombre de su esposo por el lodo.

"Katherine, será mejor que pienses antes de hablar", soltó Julian, en un tono tan afilado como una cuchilla.

Ella le sostuvo la mirada, sin pestañear. Decidió que lo diría de forma más delicada.

"Julian tiene algunos... problemitas, pero ya está buscando ayuda profesional".

En el acto, el aludido se tensó, paralizado por la sorpresa.

"¡Julian! ¿Cuándo demonios pasó esto?", exclamó su alarmado padre, levantándose de un salto.

"¿De verdad crees cualquier tontería que salga de su boca?", contestó el joven con brusquedad, y un destello peligroso brillando en sus pupilas.

"Es tu esposa", replicó Laurence, alzando la voz. "Viven bajo el mismo techo, duerme a tu lado todas las noches; si alguien conoce mejor tu estado físico, esa es ella. ¿Por qué no habría de confiar en lo que dice? Y Cayson me dijo que nunca has mirado a otra mujer antes de casarte. Pensé que simplemente eras frío por naturaleza, pero ahora me pregunto, ¿acaso has estado ocultando algo todo el tiempo?".

El joven apretó la mandíbula con fuerza, mientras su expresión se tornaba tormentosa.

Abrumado por la furia y la incredulidad, Laurence comenzó a toser áspera y entrecortadamente, mientras su pecho subía y bajaba por el esfuerzo.

Katherine reaccionó de inmediato. Le sirvió un vaso de agua, y mientras comenzaba a darle suaves palmadas en la espalda, lo consolaba: "No te preocupes. Con los avances de la medicina actual, no hay nada que no tenga solución".

"Aun así...", empezó el anciano, aún con el ceño fruncido.

"Y si alguna vez llegara a ser necesario, la fertilización in vitro es una opción completamente normal en estos días. Mucha gente recurre a ella", lo interrumpió su nuera, intentando tranquilizarlo.

"Pero Kathy, Julian apenas está en sus veintes...", contestó Laurence, con un dejo de amargura en su voz. Luego enmudeció, sumido en la reflexión. ¿Qué tipo de matrimonio era ese si ni siquiera podían tener intimidad?

Katherine respondió con una leve y despreocupada sonrisa. Sin embargo, ese pequeño gesto indiferente cortó el orgullo de Julian como una espada. Eso sugería que, sin importar si él era impotente o no, a ella ya no le importaba. a ella ya no le importaba.

"Papá, no hay nada malo conmigo", declaró Julian, con la mandíbula tensa por la rabia y la sangre hirviéndole en las venas.

"Si eso es verdad, demuéstralo", contestó Laurence, alzando escépticamente una ceja.

"¿Demostrarlo? ¿Cómo se supone que lo haga? ¿Quieres que tenga una erección aquí mismo, frente a ti?".

            
            

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