Esa amenaza, tan específica y cruel, me golpeó como un puñetazo en el estómago. Mis dedos se crisparon sobre el lápiz que sostenía, y sentí la punta de mis uñas clavándose en la palma de mi mano. El dolor agudo me ancló al presente, impidiendo que el pánico del pasado me abrumara.
Ella sabía exactamente qué decir. Había tocado la herida más profunda de mi vida anterior.
La escena volvió a mi mente con una claridad brutal. La víspera de la audición para la beca. Estaba nerviosa, repasando mi presentación por última vez en la biblioteca. Laura apareció con dos vasos de té helado, su sonrisa radiante y tranquilizadora.
"Para los nervios," me había dicho. "Mi receta especial. Te ayudará a relajarte y a dormir bien."
Confié en ella. Era mi mejor amiga. Bebí el té, agradecida por su apoyo. A la mañana siguiente, me desperté tarde, con la cabeza embotada y el cuerpo pesado. Durante la audición, mis manos temblaban incontrolablemente. No podía enhebrar la aguja de la máquina de coser. Mis palabras se trababan al explicar mis diseños. Los jueces me miraron con una mezcla de lástima y decepción. La beca, mi futuro, se me escapó de las manos.
Carlos, que presentó mis diseños robados como si fueran suyos, ganó. Laura estaba a su lado, celebrando. Solo meses después, cuando ya estaba hundida en la miseria, até los cabos. La "receta especial" de Laura no era más que una dosis calculada de somníferos.
Ahora, en el salón de clases, el recuerdo de esa traición me llenaba de una furia helada. Me giré lentamente para enfrentarla, mis ojos encontrando los suyos.
"Gracias por el consejo, Laura," dije, mi voz desprovista de emoción. "Me aseguraré de cuidar lo que bebo."
Su sonrisa vaciló por una fracción de segundo. No esperaba mi calma. Esperaba miedo.
Al verla allí, tan llena de malicia, me di cuenta de algo. Carlos podría ser el cerebro ambicioso, pero Laura era la ejecutora cruel. Y ambos eran estúpidos. Su plan en la vida anterior había funcionado porque yo era ingenua y confiada. Pero ahora, renacidos y con conocimiento del futuro, su arrogancia los cegaba. Creían que podían simplemente repetir sus acciones y obtener el mismo resultado, sin considerar que yo también había vuelto.
"Qué bueno que lo entiendas," siseó, antes de darse la vuelta y contonearse hacia su asiento junto a Carlos, quien la recibió con una sonrisa satisfecha.
Mi determinación se solidificó. No solo iba a ganar la beca. Iba a destruirlos. Iba a exponerlos por lo que eran y verlos caer tan bajo como ellos me habían hecho caer a mí.
Carlos, por su parte, parecía completamente consumido por su propia fantasía. Estaba tan obsesionado con recrear el futuro exitoso que había tenido, que descuidó por completo el presente. Empezó a faltar a las clases de la tarde para tomar trabajos de medio tiempo mal pagados. Lo vi una vez, a través de la ventana de una cafetería, limpiando mesas con una expresión de frustración en su rostro. Todo para poder comprarle a Laura el último modelo de celular o un par de tenis de edición limitada que ella exhibía al día siguiente en la escuela.
Se estaba agotando, física y económicamente, tratando de mantener una fachada de riqueza que no poseía. Su lógica era retorcida: si actuaba como el hombre exitoso que fue, entonces el éxito simplemente se materializaría a su alrededor. No entendía que su éxito anterior se construyó sobre mi ruina, no sobre su propio mérito.
Su comportamiento no pasó desapercibido. Pronto, su nombre apareció en el tablero de anuncios de la escuela, en la lista de estudiantes con demasiadas ausencias injustificadas. La oficina del director lo llamó varias veces. Empezó a juntarse con un grupo de chicos mayores, conocidos por meterse en problemas, fumar detrás de los gimnasios y saltarse las clases. Su caída en espiral había comenzado, y era él mismo quien la estaba acelerando.
Una tarde, mientras subía las escaleras hacia la biblioteca, me lo encontré. Estaba con su nuevo grupo de amigos, bloqueando el paso. El olor a cigarro se aferraba a su ropa.
"Vaya, vaya, miren a quién tenemos aquí," dijo Carlos, su voz con un tono burlón y arrastrado. "La señorita perfecta, siempre con sus libros. ¿No te cansas de ser tan aburrida, Sofía?"
Sus amigos se rieron, una risa hueca y desagradable.
Lo miré, observando las ojeras bajo sus ojos, la forma en que su uniforme escolar estaba arrugado y manchado. Parecía un fantasma de la persona que intentaba ser.
No dije nada. Simplemente me hice a un lado, rodeándolos, y continué mi camino hacia la biblioteca. Su risa me siguió por el pasillo, pero no me afectó. Era el sonido de un hombre cavando su propia tumba. Y yo no iba a detenerlo. Tenía trabajo que hacer.