El Precio De Vuestra Ignorancia
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Capítulo 4

La negativa de la profesora Morales a intervenir no detuvo a los padres de Carlos. Una semana después, vi su coche estacionado frente a la escuela. Me apresuré a pasar, pero no lo suficiente. Escuché la voz del director llamando a Carlos por el intercomunicador para que se presentara en su oficina "con sus padres".

Más tarde, desde el pasillo, pude escuchar los gritos ahogados que salían de la oficina. La curiosidad pudo más que yo, y me detuve cerca de la puerta, fingiendo atarme los zapatos.

"¡Carlos, mira estas calificaciones! ¡Son una vergüenza!", gritaba su padre. "¡Y estas ausencias! ¿En qué demonios estás pensando?"

"Papá, relájate. Lo tengo todo bajo control," respondió Carlos, su voz irritantemente tranquila. La arrogancia que había adoptado desde su renacimiento era a prueba de balas.

"¿Bajo control?", intervino su madre, su voz temblorosa y aguda. "¡Tu director dice que podrías reprobar el año! ¡Todo tu futuro está en juego!"

"Mi futuro está asegurado," dijo Carlos con una confianza que rayaba en la locura. Se rio entre dientes. "Ustedes no lo entienden. Estoy destinado a la grandeza. Laura y yo, vamos a ser enormes. Esto," dijo, probablemente señalando sus calificaciones, "esto es solo temporal."

El director, un hombre paciente llamado Sr. Gutiérrez, trató de razonar con él. "Carlos, el potencial no sirve de nada sin trabajo duro. Mira a Sofía, por ejemplo. Ella ha estado trabajando sin descanso, sus calificaciones son impecables. Ella es un ejemplo de lo que la dedicación puede lograr."

El simple hecho de mencionar mi nombre fue como echar gasolina al fuego.

"¡Sofía!", escupió Carlos, su voz de repente llena de un veneno puro. "¡No me comparen con esa pájara aburrida que solo sabe estudiar! ¡Ella no tiene talento, solo es una rata de biblioteca! ¡Yo tengo visión, tengo un don! ¡Ella no es nada comparada conmigo!"

El aire en la oficina se volvió gélido. Pude imaginar la escena: la cara de sorpresa del director, la vergüenza de sus padres.

"¿Cómo te atreves a hablar así de la chica que solía ser tu mejor amiga?", siseó su padre.

"¡Ella nunca fue mi amiga! ¡Solo me usaba!", mintió Carlos descaradamente. Su mirada, incluso a través de la puerta, la sentí llena de un odio irracional y venenoso.

Se escuchó un sonido agudo y seco. Un "¡PLAS!". Su padre lo había abofeteado.

Hubo un segundo de silencio atónito, seguido por el sonido de una silla raspando el suelo.

"¡Me largo de aquí!", gritó Carlos, su voz rota por la rabia y la humillación.

La puerta de la oficina se abrió de golpe y Carlos salió corriendo, con una marca roja brillante en su mejilla. Pasó junto a mí sin siquiera verme, sus ojos ardiendo de furia. Sus padres salieron detrás de él, su madre llorando y su padre con el rostro pálido y tenso.

La noticia del drama en la oficina del director se extendió por la escuela como un reguero de pólvora. Para el final del día, todos sabían que Carlos había tenido una pelea masiva con sus padres y se había escapado de casa.

Sorprendentemente, algunas personas, especialmente las chicas más jóvenes y soñadoras, convirtieron la sórdida historia en algo romántico.

"¿Oyeron? Carlos se escapó de casa por Laura," escuché a un grupo decir en la cafetería. "Sus padres no aprueban su relación, pero él luchará por su amor. Es como una telenovela."

Sacudí la cabeza con incredulidad. No veían la arrogancia, la pereza, la malicia. Solo veían la fachada de un "amor prohibido".

Carlos y Laura desaparecieron durante dos días. No contestaban sus teléfonos. Sus padres estaban fuera de sí, llamando a todos sus amigos, incluyéndome a mí. Les dije la verdad: no sabía nada y no me importaba.

La noche del segundo día, el escándalo estalló. La policía los encontró. No en un lugar romántico, no en una escapada de ensueño. Los encontraron en un pequeño y sórdido motel de paso en las afueras de la ciudad, conocido por ser un lugar de encuentros clandestinos. Estaban en una habitación sucia, con la ropa desordenada y, según los rumores, en un estado lamentable.

Pero la peor parte aún estaba por llegar.

Cuando la policía contactó a los padres, la familia de Laura llegó al motel al mismo tiempo que la de Carlos. El padre de Laura, un hombre corpulento y de mal genio, vio a su hija salir de esa habitación con Carlos. Perdió el control.

No hubo gritos ni amenazas. Hubo violencia pura y dura.

Según el informe policial que se filtró más tarde, el Sr. Martínez, el padre de Laura, agarró una silla de metal que estaba en el pasillo del motel. Sin decir una palabra, la levantó y la estrelló con todas sus fuerzas contra las piernas de Carlos.

Se escuchó un crujido espantoso, seguido de un grito de agonía de Carlos. La sangre brotó de su pierna rota. El caos estalló. La madre de Carlos se desmayó. La madre de Laura se llevaba las manos a la cabeza, gritando.

Carlos no iría a la escuela al día siguiente. No iría a ningún lado por un buen tiempo. Su caída en espiral acababa de tocar fondo, de la manera más brutal y pública posible.

                         

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