Capítulo 10 No.10

Las frenéticas llamadas de Liam continuaron durante días.

Aerolíneas, investigadores privados, cualquiera que pudiera tener una pista.

Nada. Maya Evans no existía. Maya Goldstein se había desvanecido en el aire.

Se sentó en el ático vacío, el silencio ensordecedor.

Los papeles del divorcio yacían sobre la mesa, una acusación constante y ardiente.

Los cogió, sus manos temblaban.

-Esto no puede estar pasando -murmuró, paseando por las vastas y vacías habitaciones.

Sintió su ausencia como un miembro fantasma.

Cada rincón del ático gritaba su nombre.

Su aroma se desvanecía de las almohadas. Sus libros favoritos habían desaparecido de las estanterías.

Se derrumbó.

Un aullido crudo y animal de dolor y desesperación.

Él, Liam Goldstein, CEO de un imperio multimillonario, un hombre que lo controlaba todo, era completamente impotente.

Había perdido lo único que realmente importaba.

-La necesito -sollozó, aferrando un pañuelo de seda que ella había dejado atrás-. No puedo vivir sin ella.

Seguía revisando su teléfono, una esperanza desesperada e irracional de que ella llamara, enviara un mensaje de texto, diera alguna señal.

Nada. Solo el eco de su número desconectado.

Entonces recordó la caja del «Horizonte de Maya». Su «regalo».

Había estado tan concentrado en los papeles del divorcio que no había mirado más de cerca.

Rebuscó en la caja, con la visión borrosa por las lágrimas.

Escondido bajo el forro de terciopelo, algo más.

Una pequeña nota doblada.

Su corazón dio un vuelco. ¿Un mensaje? ¿Una explicación?

La desdobló.

Era una copia de su voto matrimonial para él, impreso en elegante caligrafía.

«Si alguna vez me mientes, si me mientes de verdad, desapareceré de tu vida como si nunca hubiera existido».

Debajo, con su letra familiar, una única y escalofriante frase:

«Te lo advertí».

Miró la nota, las palabras quemándole el alma.

Lo negó. No podía aceptarlo.

-¡No lo decía en serio! ¡Estaba enfadada! ¡Alguien la convenció de esto! -le gritó a su jefe de seguridad, Johnson.

-¡Encuéntrala, Johnson! ¡No me importa lo que cueste! ¡Encuentra a mi esposa!

Johnson, un estoico exmilitar, lo miró con algo parecido a la piedad.

-Señor, hemos comprobado todo. Todos los canales legales. Tarjetas de crédito, cuentas bancarias, asociados conocidos. Es como si se hubiera evaporado.

-¡Entonces haz cosas ilegales! -gritó Liam, con la voz quebrada-. ¡Soy dueño de la mitad de esta ciudad! ¡Úsala!

Johnson regresó horas después, con el rostro sombrío.

-Hemos accedido a las cámaras de seguridad de la salida de servicio de este edificio, señor. Hace dos semanas, la mañana que usted... se fue con la señorita Sinclair.

Reprodujo las imágenes en una tableta.

Maya, tranquila, serena, saliendo con una sola maleta. Subiendo a un taxi anónimo.

Sin lágrimas. Sin vacilación. Solo una partida silenciosa y decidida.

La fecha en las imágenes se grabó a fuego en el cerebro de Liam.

El día que recibió su «regalo». El día que eligió a Ava.

La verdad era innegable. Lo había planeado. Lo había ejecutado a la perfección.

Se había ido. Y era enteramente su culpa.

            
            

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