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Ian se había ido.
Ellis no se movió. No todavía. No hasta que sus piernas, tensas por minutos de resistencia interna, se lo permitieron. Y cuando lo hizo, no fue hacia Alessandro. Fue hacia Maritza.
-Necesito ver cómo está -dijo, más para sí que para él.
Maritza estaba pálida, con un brillo sudoroso en la frente y los labios resecos. El balazo h