Capítulo 8 EPISODIO 8

El despacho de Maximilian Spencer seguía impregnado con el aroma de su tabaco caro, como si la muerte no hubiera tenido el poder de borrar su presencia. Las cortinas de terciopelo oscuro bloqueaban la luz de la tarde, dejando apenas un resquicio de sol que proyectaba sombras alargadas sobre la alfombra persa. Sobre el escritorio de madera maciza descansaba el testamento que lo había cambiado todo.

Ellis estaba sentada en una de las sillas frente al escritorio, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza gacha. Sus manos estaban entrelazadas, los nudillos blancos por la tensión. No había pronunciado palabra en varios minutos, y el silencio comenzaba a oprimirse sobre la habitación.

Ian permanecía de pie, las manos en los bolsillos de su chaqueta, observándola con una mezcla de incredulidad y algo más difícil de descifrar. No era enojo, ni siquiera frustración, sino una especie de resignación mal disimulada. Él, más que nadie, entendía la magnitud de lo que acababan de escuchar.

-Dime que esto es una maldita broma -murmuró Ellis finalmente, levantando la vista con los ojos nublados de furia contenida-. Dime que papá perdió la cabeza en su lecho de muerte y que nadie va a tomar esto en serio.

-Sabes que no es una broma -respondió Ian con voz grave-. Y sabes que nadie va a cuestionar la última voluntad de Maximilian Spencer.

Ellis soltó una carcajada seca, sin humor.

-¿Cómo no lo van a cuestionar? ¡Es absurdo! ¡Yo no tengo nada que ver con esta maldita organización!

-Tienes más que ver con ella de lo que crees -dijo Ian, su mirada afilada-. Y aunque quisieras ignorarlo, eso no cambiará los hechos.

Ellis sintió un nudo formarse en su estómago. Esto no podía estar pasando. No a ella. Había pasado años huyendo de este mundo, borrando su rastro, construyendo una identidad diferente, una vida en la que no era más que la doctora Harris, una cirujana entregada a su trabajo. Había creído que podía escapar, que el pasado no tenía por qué definirla.

Pero aquí estaba, atrapada en una jaula de oro y sangre, con el peso de un imperio criminal cayendo sobre sus hombros como un yugo.

Se puso de pie de un salto, alejándose del escritorio como si quemara.

-No lo haré, Ian. No puedes pedirme que haga esto.

-No estoy pidiéndotelo, Ellis. Te lo estoy diciendo.

Su hermano tenía ese tono de voz que solía usar cuando no admitía discusión, cuando daba órdenes que esperaba que se cumplieran sin cuestionamientos.

Ellis se volvió hacia él con una mirada desafiante.

-Eres tú quien debería tomar el puesto. No yo. Tú fuiste quien estuvo a su lado todos estos años. Tú fuiste su mano derecha. ¿Por qué demonios me lo dejó a mí?

Ian apretó la mandíbula. Por un momento, su máscara de calma se resquebrajó y algo oscuro cruzó su mirada.

-Porque papá nunca confió en mí del todo -dijo, y había un matiz de amargura en su voz-. Porque, por más que lo intenté, por más que hice todo lo que me pidió, al final, siempre pensó que tú eras la mejor opción.

Ellis sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

-Eso es ridículo.

-No lo es -replicó Ian-. Tú eres su sangre, Ellis. Eres su hija. Y aunque pasaste años pretendiendo que podías escapar de todo esto, él sabía que tarde o temprano te alcanzaría.

Ellis sintió que le faltaba el aire. Caminó hasta la ventana y apoyó las manos en el alféizar, mirando la ciudad que se extendía ante ella. Luces de neón parpadeaban en la distancia, coches se movían como hormigas en un laberinto de asfalto y acero. Todo parecía normal allá afuera. Pero su mundo había cambiado en cuestión de segundos.

-No voy a hacerlo, Ian -dijo, más para sí misma que para él-. No voy a destruir mi vida por esto.

-No tienes opción.

Las palabras de su hermano cayeron como un martillazo. Ellis se giró lentamente, con el corazón latiendo con fuerza.

-¿Me estás amenazando?

Ian negó con la cabeza.

-No soy yo quien te amenaza. Son ellos.

Ellis sintió un escalofrío recorrerle la piel.

-¿Ellos?

Ian se acercó, mirándola con seriedad.

-Los socios de papá. Los capos. Los aliados y los enemigos. Todos los que están esperando ver qué pasa ahora. Algunos quieren que tomes el puesto. Otros quieren que desaparezcas del mapa. Y si tú no tomas el control, alguien más lo hará.

Ellis tragó saliva.

-Que lo hagan. No me importa.

-¿No? -Ian arqueó una ceja-. ¿Y qué pasará cuando decidan que eres un estorbo? ¿Crees que simplemente te dejarán seguir con tu vida como si nada?

La sangre de Ellis se heló. Lo entendió en ese instante. No se trataba solo de una cuestión de poder o de legado. Se trataba de supervivencia. Si rechazaba el puesto, se convertiría en un blanco.

-Mierda -susurró, pasándose una mano por el rostro-.

Ian se cruzó de brazos.

-Por primera vez en tu vida, Ellis, tienes que tomar una decisión real. O te conviertes en la líder que papá creyó que podías ser, o te preparas para correr por el resto de tu vida.

Ellis cerró los ojos por un momento. Sabía que su hermano tenía razón.

Pero eso no significaba que fuera a aceptar su destino sin pelear.

-Si hago esto -dijo finalmente, con voz baja pero firme-, lo haré a mi manera.

Ian la observó por un instante, luego sonrió apenas.

-Eso me lo imaginaba.

Ellis sintió un nudo en la garganta. No había vuelta atrás. Su mundo acababa de cambiar para siempre.

Y el juego apenas comenzaba.

            
            

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