No Soy Tu Banco de Órganos
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Capítulo 1

Iván Castillo había vivido veinte años creyendo que era el heredero de la ganadería Salazar, el futuro esposo de la hermosa Luciana Ramírez y una leyenda en ciernes de la tauromaquia, siguiendo los pasos de su padre adoptivo, Don Ricardo.

Esa vida se hizo añicos el día que apareció Máximo Salazar, el hijo biológico perdido de la familia.

De un día para otro, la familia que lo había criado y adorado comenzó a verlo como un usurpador.

"Le robaste su vida, su salud, todo", le gritó Doña Isabel, su madre adoptiva, con los ojos llenos de un odio que nunca antes había visto. Su voz era aguda y cortante. "Por tu culpa, mi Máximo está enfermo, necesita un riñón para vivir".

Don Ricardo, el hombre que le había enseñado a torear, el pilar de su vida, lo miró con un desprecio gélido. "Eres un fraude, un Castillo muerto de hambre que solo buscaba nuestra fortuna y nuestro prestigio".

En un instante, Iván perdió el amor de su familia y el respeto de su comunidad. Todos los que antes lo aclamaban ahora le daban la espalda.

Solo Luciana, su prometida desde la infancia, parecía quedarse a su lado. Pero su lealtad tenía un precio terrible.

Una noche, mientras estaban solos en el gran salón de la hacienda, ella lo miró con una frialdad que le heló la sangre.

"Si le donas tu riñón a Máximo, me casaré contigo".

La propuesta lo dejó sin aire. Era una transacción, un contrato de negocios, no una súplica de amor. Iván, con el corazón destrozado y sintiendo que ya no tenía nada que perder, la miró fijamente.

"¿Y si me niego?", preguntó con una voz ronca.

Luciana pareció sorprendida por su aceptación tan rápida, como si esperara una pelea, una negociación. Sus ojos se entrecerraron con desconfianza.

"¿Por qué aceptarías tan fácil? ¿Qué estás planeando, Iván?".

"No planeo nada", respondió él, una sonrisa amarga dibujándose en su rostro. "Simplemente estoy cansado".

Ella suavizó su expresión, intentando justificar su cruel demanda. "Es lo mejor para todos, Iván. Tú tienes la 'sangre fuerte' de los Castillo, tu cuerpo puede soportarlo. Máximo no. Cuando te recuperes, nos casaremos, mi padre te perdonará y tu honor será restaurado".

Iván se dio cuenta en ese momento de que su "don" genético, esa resiliencia casi sobrehumana que su familia siempre había celebrado, se había convertido en su maldición. Era la excusa perfecta para que todos justificaran su sacrificio. El amor que él buscaba no era un contrato, sino una entrega sincera que ahora sabía que jamás obtendría de ellos.

De repente, un dolor agudo, casi insoportable, le atravesó el pecho. No era el corazón, era algo más profundo, una agonía que le quitaba el aliento. Se dobló, agarrándose el pecho, confundido por la intensidad del dolor físico.

Luciana lo miró con una mezcla de preocupación y fastidio. "¿Qué te pasa ahora?".

Él levantó la vista, con una sonrisa torcida en los labios, el sudor perlando su frente. "Nada. Solo... estoy de acuerdo". Sabía que ella siempre conseguía lo que quería, manipulando a todos a su alrededor con una dulzura venenosa.

"Bien", dijo ella, satisfecha. "La operación será en una semana. No hagas nada estúpido". Se dio la vuelta y se fue, dejándolo solo en la penumbra del salón.

Iván se quedó de pie, el dolor en su pecho disminuyendo lentamente. Miró las fotos en la pared: él con Don Ricardo en la plaza de toros, él con Doña Isabel en su primera comunión, él y Luciana de niños, sonriendo. Antes, esas imágenes le daban calor. Ahora, solo sentía repulsión.

Recordó su vida idílica antes de la llegada de Máximo. Era el príncipe de la casa, el orgullo de los Salazar. Pero Máximo, con su salud frágil y su historia de pobreza, había manipulado a todos, presentándose como la víctima definitiva.

Y todos, incluida Luciana, habían caído en su trampa. "Es por el bien de la familia", le habían dicho todos, una y otra y otra vez. Su "sangre fuerte" era la justificación para sacrificarlo.

Al principio se había negado, pero la presión constante, el desprecio y la soledad lo habían desgastado. Finalmente, aceptó. No por ellos, sino por él mismo. Sería su forma de pagar una deuda que nunca contrajo y cortar los lazos para siempre.

Unos días después, Don Ricardo se presentó con unos papeles. Eran los documentos de donación. Los leyó rápidamente. Una cláusula le revolvió el estómago: "El donante, Iván Castillo, realiza este acto de forma voluntaria y por remordimiento por el daño causado a la familia Salazar".

"¿Remordimiento?", preguntó Iván, con una calma peligrosa. "No siento remordimiento. Siento desprecio".

Don Ricardo lo miró con furia. "Fírmalo. Es para proteger la imagen de Máximo. Para que nadie piense que lo obligamos".

"¿Proteger su imagen?", Iván soltó una carcajada seca. "Claro. El pobre y frágil heredero".

Con un movimiento rápido, Iván rompió los documentos en mil pedazos. "Lo haré para saldar mi deuda, no por una culpa que no siento".

La reacción de Don Ricardo fue instantánea y brutal. Lo golpeó con el puño cerrado en la cara, haciéndolo caer al suelo. El sabor de la sangre llenó su boca.

"Te arrepentirás de esto, bastardo", gruñó Don Ricardo antes de darse la vuelta y marcharse.

Justo en ese momento, el teléfono de Luciana sonó. Era Máximo. Ella contestó, su voz llena de una ternura que nunca le había dedicado a él. "Máximo, ¿estás bien? ¿Te sientes mal?". Corrió hacia la puerta, sin siquiera mirar a Iván, que yacía sangrando en el suelo. Lo dejó solo, abandonado.

Mientras la puerta se cerraba, una voz fría y mecánica resonó en su mente, una voz que solo él podía oír.

[Misión principal: Obtener el afecto de las figuras objetivo. Progreso: 0%. El fracaso de la misión resultará en el deterioro del cuerpo anfitrión.]

Era el "Sistema", el pacto de sangre de su familia hecho consciente, una entidad que lo había acompañado desde niño, prometiéndole una vida plena si cumplía sus misiones.

[¿Desea continuar con la misión actual? El sacrificio del riñón podría ser interpretado por las figuras objetivo como un acto de redención, reiniciando el progreso de la misión.]

Iván escupió sangre al suelo. "No".

Su voz era un susurro roto, pero lleno de una nueva y fría determinación.

"Abandono la misión. Dame un nuevo objetivo. Uno que me aleje de aquí para siempre".

            
            

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