Iván regresó a la pequeña casa que le habían asignado en la finca, un lugar lleno de recuerdos de su infancia con los Salazar. Metódicamente, reunió todas las fotografías, los trofeos de toreo, los regalos que Luciana le había hecho a lo largo de los años.
Llevó todo al patio trasero y le prendió fuego.
Observó cómo las llamas consumían su pasado, convirtiendo los recuerdos en cenizas negras. Su corazón se sentía igual: vacío, quemado, muerto.
"¿Qué estás haciendo?", la voz de Luciana lo sobresaltó.
Él se giró, su rostro inexpresivo. "Limpiando".
Ella vio el fuego y luego lo miró a él, notando que sus heridas estaban sanando. Se sintió aliviada. "No te preocupes por estas cosas. Cuando nos casemos, te compraré todo nuevo y mejor". No entendía nada.
En ese momento, Don Ricardo y Máximo llegaron. Máximo, al ver el desorden, fingió horror. "¡Iván! ¿Por qué quemas los regalos de Luciana? ¿La odias tanto?".
Luego se acercó a Iván, su voz un susurro venenoso. "Parece que te estás rindiendo. Bien. Facilita mi trabajo". Iván lo ignoró.
Don Ricardo, con arrogancia, dijo: "Puedes volver a la casa principal. Pero recuerda tu lugar. La salud de Máximo es la prioridad".
"No", respondió Iván.
Máximo inmediatamente se agarró el pecho, fingiendo un ataque de dolor. "¡Ay! Me duele... Iván, no seas así...".
Luciana, como siempre, cayó en la trampa. "¡Deja de ser tan infantil, Iván! ¡Sube al coche ahora mismo!".
Lo forzaron a subir al coche. Máximo, desde el asiento delantero, se giró y le dedicó una sonrisa burlona.
De vuelta en la casa principal, en su antigua habitación ahora redecorada al gusto de Máximo, la provocación continuó.
Máximo tomó un capote de paseo bordado en oro, un regalo de un famoso matador, y lo rasgó por la mitad. Luego, tomó un trozo de cristal roto del suelo y se hizo un corte superficial en el brazo.
"¡Luciana!", gritó. "¡Iván me ha atacado!".
Luciana entró corriendo, vio la escena y, sin dudarlo, abofeteó a Iván con todas sus fuerzas.
"¡Monstruo!", gritó, mientras corría a consolar al "herido" Máximo.
Iván no sintió el golpe. Se quedó quieto, resignado. Solo esperaba que el Sistema le diera su nueva misión pronto, su billete de salida de ese infierno.