No Soy Tu Banco de Órganos
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Capítulo 2

[Decisión confirmada. Abandonando la misión principal. Iniciando protocolo de fracaso de misión. El cuerpo anfitrión comenzará a deteriorarse. Nueva misión generada: Sobrevivir.]

La voz del Sistema era tan fría como una sentencia de muerte. Iván aceptó su destino. Cualquier cosa era mejor que seguir viviendo en esa mentira.

Unos días después, su teléfono sonó. Era Doña Isabel. Por un estúpido instante, una chispa de esperanza se encendió en su pecho. Quizás llamaba para ver cómo estaba después de la paliza de Don Ricardo.

Contestó.

"¡Feliz cumpleaños, mi niño! ¡Te hemos comprado el cortijo que siempre quisiste!", escuchó la voz emocionada de Doña Isabel. Pero no se dirigía a él. Al fondo, escuchó la risa de Máximo y la voz de Luciana cantando "Feliz cumpleaños".

Iván miró el calendario. Era su cumpleaños. El mismo día que el de Máximo. Lo habían olvidado por completo. Todas las promesas, todos los años de afecto, borrados como si nunca hubieran existido.

Colgó el teléfono. Un dolor agudo, esta vez real y devastador, le atravesó el cuerpo. Se desplomó en el suelo, luchando por respirar. La advertencia del Sistema se estaba cumpliendo. Su cuerpo estaba fallando. Logró llamar a una ambulancia antes de perder el conocimiento.

Despertó en una cama de hospital. Un médico le hacía preguntas sobre sus heridas, pero Iván lo ignoró. Su teléfono vibró. Era un video de Máximo, presumiendo del lujoso cortijo que le habían regalado. Luego un mensaje de voz: "¿No vienes a celebrar, hermanito?".

Iván apagó el teléfono. Ya no sentía nada. Ni rabia, ni dolor, solo un vacío absoluto.

Una vez recuperado de sus heridas, se sometió a la operación. Donó su riñón, pero con la firme decisión de desaparecer.

Cuando despertó, su antiguo hogar ya no era el suyo. La decoración había cambiado, adaptándose al gusto ostentoso de Máximo. Iván entró en su antiguo cuarto, ahora ocupado por el usurpador.

"¿Te gusta mi nueva habitación?", preguntó Máximo, recostado en la cama con una sonrisa burlona. "Luciana dice que me queda mejor a mí".

La armonía de la casa se rompió con la presencia de Iván. Luciana lo vio y frunció el ceño.

"¿Dónde estabas? Deberías haber estado aquí para ayudar a Máximo a instalarse. ¿Por qué siempre tienes que ser tan egoísta?". Su cansancio fue interpretado como un rechazo.

Máximo tosió débilmente, llevándose una mano al pecho. "No te preocupes, Luciana. Estoy bien. Solo un poco débil". Su actuación era patética, pero efectiva.

Luciana corrió a su lado, llena de preocupación. "¿Ves lo que provocas, Iván? ¡Discúlpate ahora mismo!".

Iván la miró, agotado. No tenía fuerzas para discutir, para explicar la verdad que ella se negaba a ver.

"Estoy cansado", dijo simplemente, y se fue a la habitación de invitados, la única que quedaba para él.

Luciana se quedó atrás, una extraña sensación de inquietud apoderándose de ella. Por un momento, la expresión vacía de Iván la perturbó.

Máximo la observó, sus ojos brillando con celos. Incluso derrotado, Iván seguía ocupando los pensamientos de Luciana. Tenía que hacer algo al respecto.

Más tarde, Máximo entró en la habitación de invitados. Miró con envidia las pocas posesiones que Iván aún conservaba.

"Sabes, todo esto debería haber sido mío desde el principio", dijo, su voz destilando veneno.

Iván, acostado en la cama, ni siquiera abrió los ojos. "Vete".

"Te lo voy a quitar todo, Iván. Todo lo que amas". Máximo salió de la habitación y fue a buscar a Luciana. "Luciana, me siento muy solo. ¿Crees que podría quedarme con el perro de Iván? Me haría compañía".

Luciana, cegada por su compasión hacia el "frágil" Máximo, no lo dudó.

            
            

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