Capítulo 9 Me tienes miedo

EL QUE NO QUISO LUCHAR FUI YO

CAPÍTULO 9.

Patricia López.

-¡No te rías Esteban, no es chistoso! - se cruzó de brazos-, tal vez para ti es tonto, pero para mí es la primera vez en mi vida que veo y toco un aparato de esos.

Seguía inmóvil porque aún lo tenía en las piernas.

-Tranquila no pasó nada -le expliqué -, ves esta ventanita de aquí, solo la minimizaste por eso se quedó así-le indiqué-. Solo tocas aquí y vuelve a aparecer.

-¿No lo dañé? -se llevó las manos a su pecho respirando aliviada.

-No hermosa, no lo dañaste - lo dije en voz alta, se me salió, sus mejillas se tornaron rojas.

-Gracias al cielo -sonrió-, que pena contigo, dirás que soy tonta - bajó la mirada.

-No - la tomé del mentón haciendo que me mirara-, no digas eso, no eres tonta, solo no sabes-sonreí-, pero yo te enseño.

-Sí - sonrió dulcemente-, quiero que me enseñes muchas cosas.

Por unos segundos nuestras miradas se encontraron, trataba descifrar qué decían sus ojos, pero ella bajó la mirada.

-Después seguimos -me señaló el portátil-, tómalo, iré a ayudarle a mi madrina.

Tomé el portátil y ella salió de la habitación.

Quedé peor que antes, no entendía nada. Sus ojos me decían tantas cosas que no lograba entender o no las quería entender, ¿Sería que yo veía cosas que no eran? Me quedé acostado, abrí mi correo y revisé algunos mensajes. Apagué el portátil, me puse unos tenis y salí a caminar a los alrededores de la finca. Necesitaba pensar, necesitaba aire fresco para organizar mis pensamientos.

Tenía que solucionar las cosas con Mariana, eso era lo que tenía que hacer. Mantendría mi distancia con Sandra como al principio, como fue siempre. Seguí caminando por los linderos de la finca, luego decidí bajar a la tienda que había cerca de la casa, como a diez minutos. Compré algunos dulces, cuando estaba por irme llegó Sandra con mi hermano.

-No sabía que estabas aquí -comentó mi hermano-, de haberlo sabido no hubiésemos tenido que venir, mamá nos encargó unas cosas.

-Salí a caminar y resulté aquí, de haberlo sabido le hubiera llevado lo que necesitaba.

Mientras nosotros hablábamos Sandra compró lo que mi madre le encargó. Justo en ese momento llegó el vecino que decía mi madre que babeaba por ella. Al parecer no perdía el tiempo, se acercó a ella con una sonrisa y empezó a hablarle, ella solo respondía lo necesario. Cuando salió de la tienda, él salió tras ella. Mi hermanito y yo los seguíamos. Escuchaba la cantidad de cosas que le decía, que era muy hermosa, que si tenía novio, respiré profundo. ¿Qué rayos me pasaba?

El tipo seguía insistiendo, yo solo escuchaba.

-Sandra eres muy bella, nunca antes vi una niña tan linda.

-Gracias, imagino que le dices lo mismo a todas -respondió seria.

-Claro que no -le sonrió-, solo a las que me gustan, acéptame una invitación antes de irte.

-No salgo con desconocidos, además el hecho que esté en casa de mis padrinos no quiere decir que puedo hacer lo que quiera -sonrió-, habla con mi padrino a ver qué te dice.

-Se negará, eso es obvio -trató de tomar su mano, pero ella la alejó -, Sandra desde que te vi estás metida aquí-señaló su cabeza-. Dime que sí, solo será una salida a la tienda, un helado, un dulce, lo que tú quieras, si quieres invita a tu primito.

Antes que ella respondiera algo interrumpí, no entendía porqué hice eso.

-Creo que ella te dejó claro que no - pasé mi mano por su cintura, ella se ruborizó-, si quieres puedes ir a visitarla a la casa - sonreí por su cara.

No dijo nada más solo se adelantó y se fue. Yo seguía caminando con Sandra, reaccioné y retiré mi mano de su espalda. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios.

-Gracias Esteban -inhaló-, es súper intenso.

-Lo dejaste flechado -la miré-, ¿de verdad no tienes novio?

-No -se detuvo y me miró.

-¿Y nunca has tenido? -la miré a los ojos, de repente me entró curiosidad por saber tantas cosas.

-Mi papá es más bien estricto - sonrió y siguió caminando-, ya sabes, tipo a la antigua, los chicos deben pedir permiso primero. Hasta después de los 15 podía tener novio, esa fue su regla siempre, pero algunos hombres no les gustan los protocolos, las prefieren fáciles.

-No todos somos así -sonreí-, vale la pena lo que sea si la chica es tan valiosa como tú.

No sé por qué rayos dije eso, mi hermanito se había adelantado.

-¿En verdad lo crees? - se detuvo frente a mí clavando sus ojos en los míos.

-Sí, por lo que sé eres una gran mujer, de principios y valores, mi primita - no entendía porque mencioné eso último.

-Pues a muchos no les gusta eso de pedir permiso - inhaló-. Sí, respondo tu pregunta.

-¿Cómo? -arqueó una ceja.

-Sí he tenido novio -bajó la mirada-, si a eso se le puede llamar novio.

-¿Por qué? ¿Qué pasó? -pregunté con curiosidad.

-En resumidas cuentas él pidió permiso y se lo dieron, él creía que así todo sería más fácil -se ruborizó-, ¿me entiendes?

Asentí.

»El hecho es que me enteré que cuando no me visitaba a mí, visitaba a otra.

-Que mal, imagino lo que sufriste.

-Normal - se encogió de hombros.

-¿Cómo, acaso no estabas enamorada?

-Digamos que lo quería -me miró-, él amor es otra cosa.

Se quedó mirándome fijamente, entonces fui yo el que se puso nervioso, evité mirarla.

»Tú debes entender, imagino que quieres mucho a tu novia. ¿Cuánto llevan?

-Llevamos un año con algunos meses.

-Mucho tiempo, que bien.

Nos quedamos en silencio, un silencio incómodo, ninguno de los dos pronunció palabra y no entendí las razones. Llegamos a mi casa, ella entró a la cocina con mi madre y yo seguí a mi habitación. En mi cabeza estaba decidido mantener mi distancia con ella, incluso pensé en la posibilidad de regresar el fin de semana a la ciudad. Una cosa era la razón y otra el corazón.

En mi cabeza tenía claro lo que haría, pero por esa puerta entró la causa de perder la razón y pensar con el corazón, la niña de ojos hermosos y sonrisa cautivadora.

-Lista para mis clases -sonrió dulcemente-, ¿aún me enseñarás, verdad?

Cómo decirle que no, cuando miraba de esa manera, con tanta curiosidad.

-Por supuesto, yo te enseño -moví mi mano a un lado de la cama para que se sentara-, siéntate aquí.

Se quitó los zapatos y se subió al lado izquierdo de la cama. Trataba de no mirarla, solo mirar esa pantalla y explicarle las cosas básicas, desde cómo prenderlo y apagarlo, cómo buscar los archivos, fotos, videos, música. Luego conecté el internet para enseñarle a navegar, le expliqué que en Google podía buscar lo que ella quisiera, desde fotos, hasta videos, películas, escuchaba muy atenta a mi explicación, asintió. Luego apagué el portátil y se lo entregué.

-Veamos que entendiste.

-¿Si hago algo mal tú me ayudas? - inhaló.

-No te preocupes, no pasara nada, solo le das en la equis y te sales.

-Bien.

Tomó el portátil y se acomodó en medio de mis piernas recargando su espalda en mi pecho. Sentí que el corazón se saldría de mi pecho, trataba de mantener la cordura, la poca que me quedaba, puso el portátil en sus piernas.

-Así estarás más cerca por si me equivoco -sonrió-, no quiero dañarlo.

-Ok - inhalé profundo y con ello todo el aroma de su cabello.

Quería salir corriendo de ahí, lo que sentía al tenerla tan cerca no era normal, nunca me pasó, esas nuevas sensaciones me daban miedo. Cerré los ojos sintiendo como mis fosas nasales se inundaban por su delicioso aroma, extendí mis brazos rodeándola, tomé los bordes del portátil. No importaba lo que me hacía sentir, quería tenerla así tan cerca de mí.

Empezó por prenderlo, luego buscó las fotos y los archivos que habían en él, sonreía, al igual que lo hacía yo al verla. Luego le dije que navegara en Google como le indiqué, con una sonrisa hermosa me dijo que para escribir en el buscador se demoraría montones pues ella no tenía la destreza que tenía yo para escribir. Le dije que no importaba que se podía demorar todo lo que quisiera, al fin teníamos toda la tarde.

Empezó a escribir tecla por tecla, era imposible no sonreír, al menos ya no le daba tanto miedo del aparato ese como le decía ella. Buscó lo que más le gustaba, fotos de animales, sus ojos se iluminaban al ver la cantidad de cosas que ahí salían. Puse mi barbilla en su hombro y todo su cuerpo vibró, pero imaginé que era por la emoción que sentía al saber que lo estaba logrando. Estaba tan cerca de ella, sentía su respiración y como se pausaba. No me atrevía a girar mi rostro, solo dejé la mirada fija en esa pantalla, ella tampoco se movió, estaba muy concentrada en lo que hacía.

Luego de una hora practicó lo que le enseñé, al menos ya no tenía miedo de tocarlo, cerró el portátil y me lo entregó.

-Está descargado -sonrió y se levantó -, gracias por enseñarme, luego seguimos.

-Con todo gusto.

-Después podríamos ver una película ¿se puede verdad?

-Sí -sonreí-, depende de la velocidad del internet, más tarde intentamos.

Salió con una sonrisa, yo la seguí con la mirada como embobado. No podía descifrar lo que sentía dentro de mí, era una mezcla de tantas cosas y la mayor de todas era miedo a lo desconocido, miedo a descubrir lo que era en verdad. No entendía tantas cosas. ¿Por qué si antes era invisible para mí, ahora no lo era? ¿Qué debía hacer? Cómo es posible que de la nada dejé de pensar en mi novia, la que se suponía era la mujer de mi vida.

No la tenía en ninguno de mis pensamientos, es más, ni pensaba en lo que pasó antes de venir a casa de mis padres. A veces la mejor opción es huirle a los problemas, eso iba a hacer yo. Me puse unos tenis, estaba dispuesto a coger mi bicicleta e irme a casa de mi abuela al menos por esa noche. Salí y caminé hasta el cuarto donde se guardaba.

-¿Hijo vas a salir? -levanté la mirada, vi a Sandra con una bolsa.

-¿A dónde va Sandra? -respondí con otra pregunta.

-A cuidar los conejos - sonrió-, a esa niña le encantan esos animales, lo que les lleva son cosas que sobraron de la huerta, zanahorias y hojas de repollo.

-¿Por qué Andrés no le ayuda? -volví a preguntar.

-Tu hermano no está, se fue a jugar donde el vecino -se cruzó de brazos-, ayúdale tú, además ni siquiera has ido a ver los conejos. Hijo, ¿no dejarás que ella cargue sola esa bolsa? Están pesadas, eso no es de caballeros, ya mañana sales con tu bicicleta.

Se encogió de hombros.

»Se supone que vienes a pasar tiempo aquí y quieres pasar en la calle siempre, ve ayuda a tu prima, de paso le haces compañía.

-Madre exageras un poco, no me la paso en la calle, pensaba ir donde la abuela.

-Ya es muy tarde, mañana te vas temprano ¿no me digas que irás a amanecer? -hizo un gesto de puchero-, no es justo.

-Madre, está bien, me quedo.

Salí tras Sandra para alcanzarla, solo a mi padre se le ocurrió hacer un corral tan lejos de la casa. Apresuré un poco el paso mientras negué con la cabeza, no entendía porqué terminaba haciendo todo lo contrario de lo que decía.

-¡Sandra! -se giró-, te ayudo.

Recibí la bolsa. En verdad estaba pesada.

»¿Esos animales comen piedras?

Soltó una carcajada por mi comentario.

-Exagerado -sonrió-, ¿no los has visto, verdad?

-No, desde que llegué no he subido.

-Con razón, es que no son dos o tres conejos.

-¿Entonces? -pregunté.

-Son como 20 - abrí mis ojos y ella empezó a reírse-. Ya lo verás.

Seguimos caminando hasta llegar al corral, abrió la puerta todos se acercaban al verla como si supieran a lo que iba. Empezó a sacar trozos de zanahorias y repollo, se hincó de rodillas y les daba con esa ternura.

-Ven, ayúdame, no muerden - sonrió -, acércate.

-Segura - sonreí y me hinqué.

La ayudé a sacar todo de la bolsa, increíble la cantidad de animales que tenían aquí, pero lo más increíble era verla sonreír como lo hacía. Se quedó mirándome fijamente luego bajó la mirada, como evitándola. Se levantó y caminó hasta el fondo del lugar, se inclinó tomó uno de los conejos más pequeños y lo llevó hasta su pecho. Caminé hasta ella, pasé mi mano por la pequeña cabeza del conejo. se puso nerviosa, sentí como todo su cuerpo se tensó, dio dos pasos hacía atrás. Mantenía mis ojos en ella, pero ella no me miró, no aguanté la curiosidad y le pregunté.

-¿Puedo preguntarte algo?

-Sí -se giró quedando frente a mí.

-Siento que a veces me evitas, como si me tuvieses miedo -la miré-, ¿me tienes miedo?

Pasó saliva y me miró.

Continuará...

            
            

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