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La ciudad seguía su ritmo vertiginoso mientras el mundo de Diego Montenegro comenzaba a temblar nuevamente, aunque esta vez no por el pasado, sino por una amenaza nueva, inesperada y desconcertante: Valeria Molina.
Diego llevaba horas encerrado en su despacho. Afuera, el crepúsculo ya se había disipado, pero en su interior todo se sentía más oscur