/0/16617/coverbig.jpg?v=b2dd06b9394ff717ee8969abe85b4759)
Diego Montenegro no creía en las coincidencias. Había llegado demasiado lejos como para dejar que el azar guiara sus decisiones. Todo en su vida estaba meticulosamente planificado: las cifras, los contratos, las fusiones. Él era el arquitecto de su propio destino, o al menos, eso había elegido creer. Sin embargo, desde aquel café pequeño y olvidado, algo en su interior comenzaba a desordenarse.
Esa niña... su forma de hablar, su sonrisa. No podía dejar de pensar en sus ojos. Había algo en esa mirada que lo inquietaba. Era absurda la idea, se dijo a sí mismo varias veces. No podía ser. Y sin embargo, desde aquella tarde, Diego no había podido avanzar un solo día sin regresar mentalmente a ese instante. Sofía.
Había pasado una semana desde ese encuentro.
Diego se encontraba en su oficina temporal, un penthouse alquilado en el centro financiero de la ciudad. Desde la enorme cristalera, tenía una vista privilegiada de los barrios bajos que pronto serían demolidos. Ahí mismo, entre calles agrietadas y edificios viejos, pensaba construir su proyecto estrella: un complejo de torres residenciales de lujo con centros comerciales, gimnasios, y espacios "verdes" que harían olvidar que alguna vez allí hubo vidas humildes.
-¿Qué tenemos sobre la manzana cuatro? -preguntó Diego sin levantar la mirada de su laptop.
-Aún quedan tres negocios sin vender -informó su asistente, Iván, mientras dejaba una carpeta sobre el escritorio-. Entre ellos, una pequeña cafetería, una galería de arte y una librería familiar. Todos con contratos antiguos, propietarios reacios. Hay cierta resistencia local.
Diego abrió la carpeta y se detuvo en la imagen del local que ya conocía. El mismo donde había entrado casi por impulso. Reconoció la fachada de ladrillo, la tolda color crema, el letrero modesto: Café El Retorno.
-¿Este es el mismo lugar donde estuve la semana pasada?
-Sí, señor. Justo ese.
Diego entrecerró los ojos.
-Averigua quién lo administra. Quiero nombre completo, historial, y si tiene alguna deuda o irregularidad que podamos usar como presión. Si alguien va a atrasar este proyecto, necesito saber con quién trato.
Iván asintió y salió de la oficina sin más preguntas.
Diego se recostó en su silla. Encendió un cigarro, cosa que rara vez hacía en interiores, y se permitió un momento de silencio. Había algo que no encajaba. Desde que regresó a esa ciudad, los recuerdos se habían vuelto más nítidos, más ruidosos. Cada calle que recorría le traía fragmentos de otro tiempo. Y entre esos recuerdos, uno brillaba con una intensidad incómoda: Camila Valdez.
Durante años había intentado enterrarla en su memoria. Había renegado de su nombre, de su rostro, de cada promesa adolescente que compartieron en cuartos rentados y bancos de plazas. Pero Camila era el tipo de herida que no sanaba, solo se cubría con otras. Y ahora, sin buscarlo, sentía su presencia de nuevo.
Intentó enfocarse en el trabajo. Tenía juntas, inversionistas, deadlines. Pero a medida que los días pasaban, algo lo arrastraba de nuevo hacia esa cafetería. No era solo curiosidad. Era una sensación sorda, como una advertencia que no terminaba de tomar forma.
Esa noche, mientras revisaba documentos en su departamento, recibió un correo de Iván con la información solicitada. Abrió el archivo adjunto y leyó:
Nombre: Camila Alejandra Valdez
Edad: 28 años
Profesión: Sin título universitario registrado
Ocupación actual: Mesera – Café El Retorno
Situación financiera: Alquiler modesto, sin propiedades. Madre soltera. Una hija registrada: Sofía Valdez.
Diego se quedó quieto.
El nombre golpeó como un disparo en la oscuridad. Camila.
Volvió a leerlo. Lo leyó diez veces. Y luego bajó hasta la información de la hija. Sofía. Sentía como si el piso bajo sus pies hubiera desaparecido.
Cerró el archivo y se levantó, caminando de un lado a otro. No podía ser. Camila. Allí. En ese lugar. ¿Desde cuándo? ¿Por qué?
Las preguntas se atropellaban sin respuesta.
¿Qué hacía ella de vuelta en esta ciudad? ¿Qué había sido de su vida todos esos años? ¿Por qué... por qué había una niña con sus ojos?
Su primera reacción fue de rabia. Una furia contenida que había guardado por años y que ahora empezaba a resquebrajar su máscara de autocontrol. La había odiado. La había culpado por todo. Por haberlo abandonado, por haberle mentido, por decirle que había perdido a su hijo. Esa fue la razón por la que se marchó. Por la que decidió arrancarse el alma y convertirla en hielo.
Y sin embargo... si esa niña era suya.
El pensamiento lo atravesó como un puñal.
Se sentó otra vez, con las manos apretadas en los muslos. Quería entender. Necesitaba saber. Pero no podía actuar impulsivamente. Aún no.
Tenía poder. Tenía recursos. Tenía todo para presionar, indagar, llegar al fondo del asunto sin que nadie supiera. Y eso haría. No descansaría hasta confirmar lo que comenzaba a sospechar.
El pasado no estaba enterrado. Nunca lo estuvo.
Solo había estado esperando el momento justo para volver a exigir cuentas.
Y ese momento, finalmente, había llegado.