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Ruzena llevaba horas rechinando las uñas, deseando conocer al gitano, no sabría explicar por qué. Quizás por la diferencia cultural, el color de la ropa. Solo sabía cómo explicar lo que quería.
Todo desde la mañana iba bien. Logró escapar y dar un pequeño paseo por la feria y regresar sin que nadie la descubriera. Volviendo a su habitación ilesa de cualquier desgracia.
La trataron como a una paciente realmente mimada, sopa en la cama, atenciones y caricias. Pero por dentro una agitación mental que no cesa.
Desde muy temprana edad estuvo sin su acompañante, quien sin duda debía cumplir su pacto con su novio.
Y todo salió como debía para que los planes salieran bien. Se levantó, fue al baúl y rebuscó en todo hasta encontrar aquellos pañuelos de colores que había ganado en un viaje a España y que nunca tuvo el coraje de usar. Después de todo, sus colores nunca podrían ser rojos. Su padre nunca le permitiría usarlo. Pero, ganó la anfitriona española donde se quedaron de vacaciones mientras su padre cerraba tratos.
Cómo te imaginas que algún día los usarías como regalo a cambio de unos momentos de aventura.
Pensó que los gitanos eran tan hermosos que no podía quedar mal, le dio vueltas a todo hasta encontrar el atuendo más conveniente para esta reunión. Está más emocionada que si fuera a una fiesta de la corte.
Y llegado el momento, ya estaba listo y bajó un rato antes para poder dramatizar la mejoría del malestar que fingía antes para tener la excusa de dar ese paseíto por los jardines. Que correría encubiertamente hacia el lado norte del jardín, un lugar rara vez visitado, pero de una belleza salvaje y un cuidado cuidado. El escondite de Ruzena y su constante llanto al sentirse marginada y maltratada por su familia.
Con el pretexto de bajar las escaleras lentamente, como si aún tuviera miedo al dolor y a la enfermedad repentina, simulaba un lento y cuidadoso descenso por las escaleras y para dar tiempo a que la vieran sus familiares, quienes estaban en la habitación reunidos en ese lugar. Fiesta de Santa Sara Kali. .
- Hija, donde esta Carlota, no bajes sola.
Su madre fue a su encuentro de inmediato, temerosa de su caída, mostrando aún un cariño que a veces demostraba. La tomó de los brazos y bajó con paso pausado al vestíbulo.
- Gracias mamá, eres amable. Pero no sé sobre Charlotte. Pero, no debería tomar mucho tiempo.
Y su madre ordenó a aquel hombre barbudo que siempre estaba silencioso y cerca como un centinela alerta a la batalla en cualquier momento.
- El señor Rubens irá tras Carlota y la buscará para Ruzena.
Y enmendándolo, ya le preguntó a Ruzena:
- Como tu hija ha mejorado, ¿no crees que deberías quedarte en cama el resto del día?
Ruzena, sabiendo cómo tratar a su madre, la tranquilizó diciéndole que estaba mejor y que si se quedaba en cama podría perder el sueño más tarde. Prefería pedir permiso a su madre para dar un pequeño paseo por los jardines, que le haría bien al aire libre.
Y entra Carlota al salón con una bandeja de té. Hábilmente, resolvió en silencio la promesa que le había hecho a su novio y regresó rápidamente con el pretexto de haber ido a preparar el té. Ruzena la miró y notó que su pañuelo estaba algo torcido, seguramente debió caer en su rápida y voraz voluptuosidad. Y, sin embargo, vio la sonrisa en la comisura de los labios de Carlota, la sonrisa de una mujer que acababa de estar satisfecha.
Ruzena, estando a la altura de los 16 años, estaba lista para sentir todo eso también. Y con solo imaginarlo, ella también se sonrojó, y en ese momento trató de dispersar sus pensamientos maliciosos, para que el plan funcionara. Y continuo..
- Madre, después de este té me voy con Carlota a dar una vuelta por los jardines. Te prometo que si no me siento bien volveré inmediatamente.
Y aun así instintivamente la invitó a ir juntos y se sintió como un idiota en ese momento. Y si tu madre aceptaba todo saldría mal. Carlota casi derramó el té que estaba sirviendo en la taza, cuando miró alarmada a Ruzena. Como diciendo.... "¿qué haces?".... "¿y si ella acepta?"
Por suerte su madre nunca salía de casa, desanimada, pasaba horas bordando o rezando. Y agradecido por la invitación, se negó, alegando que los más pequeños tuvieran fuerza en las piernas para caminar.
Y el tiempo iba pasando y todo se dirigía hacia ese encuentro. Llamó a Carlota a un rincón y le explicó disimuladamente dónde había guardado la bolsa con las bufandas de colores de España para regalar. Y él le mandó que lo buscara y lo escondiera debajo de sus faldas y todavía en burla dijo:
- Y espero que esté limpio ahí abajo, no quiero que ensucie el presente y luego quiero saberlo todo. tengo muchas ganas de saber como es....
Carlota, avergonzada, con una risa maliciosa, salió disfrazando a su puta paga.
Y allí quedó Ruzena, silenciosa en el salón donde pocos hablaban. De lejos podía ver a su padre sentado, a su hermano apretándose las puntas del bigote como si fuera el bigote que da el honor de un hombre, a su madre sosteniendo el rosario y pareciendo susurrar, pero en realidad era la oración. dijo en voz baja donde solo se escuchaba el "zumbido" entre labios. Y ahí estaba picoteando su té, que está hasta frío.
Cuando Carlota regresó, se levantó rápidamente y volvió a disimular que aún se estaba recuperando para que no sospecharan la mentira. Se despidió con adiós vuelvo enseguida y se fue a los jardines.
El disimulo de Ruzena tendría un carácter gitano seguro, lo lleva en las venas. Donde pasan una sangre caliente que ya instintivamente enseña a dar la vuelta. Todavía no sabe qué león es. Y cuando descubres que una jaula de madera nunca te sostendrá, cualquier cosa puede pasar, de hecho, ¡ya está pasando!