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No quería pensar en ella. Me enervaba el hecho de que ni a mis putos clubs pudiera entrar sin imaginarla. En el Royal, casi podía verla ahí sentada en la mesa del centro, escudriñando hasta el más mínimo detalle del lugar, como el día en que la conocí; y en el Kë, no paraba de recordar ese brillo de excitación que hubo en sus ojos, cu