La mañana en Santa Aurora estaba teñida de un suave resplandor dorado. El aire era fresco, y las calles, aún tranquilas, parecían susurrar promesas de tranquilidad. Amatista observaba con atención el departamento que había visitado esa mañana. El edificio era moderno y elegante, con grandes ventanales que permitían que la luz natural se deslizara s
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