La atmósfera en el interior del auto era tranquila, pero cargada de esa complicidad silenciosa que solo compartían Enzo y Amatista. El motor rugía suavemente mientras el vehículo avanzaba hacia la imponente mansión Bourth, su refugio lejos del mundo. La noche cubría el camino, y las luces de la ciudad comenzaban a difuminarse a medida que se acerca
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