El sol ya había ascendido alto en el cielo, la luz suave y cálida filtrándose por las ventanas de la mansión del campo. El aire era fresco, y la mansión, que normalmente estaba llena de vida y actividad, ahora parecía estar envuelta en una tranquila calma, como si solo existieran Enzo y Amatista en ese momento.
Amatista despertó lentamente, sus ojo
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