Las semanas pasaron en un giro vertiginoso para Daniel Torner. En su despacho, con una vista privilegiada del jardín de su mansión, el aire se sentía denso, pesado, como si las nubes del cielo estuvieran arrastrando la sombra de la incertidumbre que lo envolvía. Estaba nervioso, alterado, porque las decisiones que Enzo Bourth había tomado no solo a
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