La madrugada avanzaba en la vieja casa de campo donde Amatista permanecía cautiva. La habitación seguía envuelta en penumbras, iluminada solo por la luz temblorosa de una bombilla que colgaba del techo, como si estuviera a punto de agotarse. El frío del cemento bajo sus pies descalzos era un recordatorio constante de su encierro. A pesar de las con
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