El auto avanzaba por el camino oscuro, dejando atrás las luces y el bullicio del casino. Enzo conducía con una mano firme en el volante, mientras su otra mano descansaba sobre el muslo de Amatista, trazando ligeros círculos que parecían encender chispas a través de su vestido. Ella, recostada en el asiento, miraba por la ventana con una sonrisa que
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