La mañana siguiente, Amatista despertó con la camisa de Enzo abrazándola. El frío de la tela era reconfortante, pero el calor de la cama aún persistía, como una huella del encuentro que había marcado la noche anterior. A su alrededor, las sábanas desordenadas y arrugadas hablaban de la pasión que había dejado su rastro, un rastro que ahora se refle
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