El viaje de regreso a la mansión fue breve y silencioso. Enzo mantenía la vista fija en el camino, mientras Amatista miraba por la ventana, disfrutando del tranquilo paisaje nocturno. Al llegar, las luces de la entrada iluminaban la figura de Isis, que los esperaba con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
-¿Por qué no me ayudaste? -reclamó Isis
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