El amanecer apenas asomaba tras los ventanales de la mansión, pero Enzo ya estaba despierto, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada. La furia seguía latiendo bajo su piel, tan intensa como la noche anterior. La imagen de Rita e Isis invadiendo el vestidor de Amatista lo carcomía, y cada pensamiento lo sumía más en la ira.
Se levantó de golpe,
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